Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima.
Resulta extraño, anómalo,
incoherente y casi fuera de lugar tener que escribir sobre la necesidad e
importancia de decir y disentir en el mundo universitario. Nada que se
considere riguroso, científico o académico se construyó desde una sola mirada,
al contrario, la pluridiversidad de voces son las que generan la posibilidad de
trasformación, creación y cambio. Los relatos únicos de la realidad, los
fenómenos o las cosas siempre terminan en totalitarismos discursivos, que
impiden el diálogo con los demás, con el Otro.
No hay mayor riqueza en la
interacción que cuando esta se hace con el distinto, porque el diálogo con uno
mismo, en el espejo de nuestra propiedad, sólo genera un reflejo y este esconde
lo que no queremos ver. Lanzarse al otro, como lo propone Mélich[1],
implica tener la capacidad/posibilidad de desnudar la cara oculta de lo que
pretendemos auscultar. Por eso, resulta casi antinómico tener que reclamar el
derecho a disentir en la universidad.
En la acción cotidiana del mundo
universitario, se han instalado unas formas de decir que construyen sus
autónomas maneras de tramitar los conflictos, ya sean estos académicos,
científicos o políticos. Figuras como las asambleas de los actores
(estudiantes, profesores, trabajadores), organizaciones informales, colectivos,
grupos de interés más allá de lo institucional, comunicaciones no-oficiales y
otras formas de expresión, son válidas en la construcción de un proyecto
público.
No obstante, estas “otras formas”
son desconocidas en la mayoría de las veces por los entramados oficiales,
quienes consideran que, si una comunicación, propuesta o proyecto no está en
los “formatos” discursivos institucionales, no tienen validez. Por ello desautorizan
y anulan constantemente esas otras formas de decir y, sobre todo, de disentir.
Un matemático que resuelva un
teorema no se considerará enemigo de la junta de científicos, al contrario, se
admirará como un aportante al desarrollo y consolidación de ese campo de la
ciencia. Entonces ¿por qué un sujeto universitario que asume una posición
distinta dentro de un debate político en la vida universitaria es, casi
siempre, considerado un enemigo? Debería ser escuchado, contra-argumentado o
derrotado en el campo de la discusión. Pero no es así, constantemente nos
“volvemos enemigos” por decir y disentir.
Hay que tener la valentía, sobre
todo desde las estructuras de poder y gobierno, de respetar y dialogar con esas
otras formas válidas de hacer universidad. Por ejemplo, reconocer los espacios
asamblearios como legítimas maneras de tramitar las diferencias, reconstruir
los derroteros y poner en tensión el estado de las cosas. ¿Cómo pedirle, por
ejemplo, a una asamblea profesoral que reconozca un “acto institucional”, si la
institución ignora el trascurrir de la asamblea? En la diversidad está la
ganancia, la posibilidad de consensos y la reafirmación de los disensos. El
mundo no es sólo de una tonalidad, mucho menos de la tonalidad que quiere imponer
el grupo de poder de turno.
Para que la Universidad conserve su
esencia de centro de construcción del saber, la ciencia, la cultura y la
formación de lo humano, debe prevenir el silenciamiento como estrategia y, en
consecuencia, promover el decir, respetar el disentir. Hoy, en nuestra Alma mater,
debemos reclamar ese derecho, para mí, para el otro, para el distinto e incluso
para el oponente, de lo contrario estaremos asistiendo a la consolidación de la
anti-universidad.
La historia cíclica y reciente de la
Universidad del Tolima escenifica cuáles son los caminos que deparan la
soberbia y el autismo. No más en los años 2014-2015 asistimos, muchos de
quienes construimos universidad desde distintas miradas, a una crisis que no
queremos repetir. Negar los avances y/o ocultar las enormes necesidades que aún
tenemos por resolver, es abrir el camino que de nuevo nos conduzca al abismo. Salir
de ahí es lo más difícil, evitar la caída es una propuesta.
Pero para que el diálogo fluya se
deben aprestar los oídos. La sordera institucional impide que el otro pueda
decir, y, sobre todo, disentir.
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