Por: Carlos Arturo
Gamboa B.
Docente Universidad
del Tolima
La culpa y la salvación son abstracciones.
J. M. Coetzee
Perder
el centro es al mismo tiempo: despertar en un escenario sin bases sólidas de lo
vivido y adentrarse en una oportunidad para redescubrir otros rostros del
mundo. Pocos están preparados para ello. La vida se trata de ser expulsados del
vientre de la madre y buscar, desesperadamente, un espacio confortable en donde
anidar la existencia. Para el ser humano común, que somos el 99.9% de quienes
respiramos oxígeno, la tranquilidad es el camino, así no lo sepamos con
claridad. Retornar al vientre de la madre, alimentarse sin angustias y esperar
el fin del ciclo natural de la existencia es la ruta. ¿Qué pasa cuando esa
confortabilidad construida durante años se rompe? De eso trata la novela “Desgracia” del escritor sudafricano J. M.
Coetzee, Premio Nobel de Literatura del año 2003.
Durante
toda su existencia David Lurie ha construido un mundo en donde él es el
protagonista de sus decisiones, aciertos y errores. Como profesor de la Universidad
Técnica de Ciudad del Cabo ha labrado un nombre promedio, como se suele desear en
el mundo moderno. Con aires de intelectual añejo logra vivir cómodamente fajado
a ese estilo que considera cómodo. Dos divorcios, una hija, un confortable
apartamento, una calculada soledad que distrae con disertaciones de su próxima
obra sobre Byron y sus encuentros sexuales comprados para mitigar una sed de dandi
y mujeriego que, a sus 52 años, se niega a dejar de buscar.
En
ese mundo elaborado a su medida todo parece estar puesto en su lugar, nada
riñe. Es docente en un espacio- tiempo
en donde enseñar es una de las actividades más insulsas, porque “Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor;
en esta institución del saber tan cambiada y, a su juicio emasculada, está más
fuera de lugar que nunca”[1].
Y es allí en esa baldosa existencial previamente delimitada en donde su vida
empieza a descentrarse, las vivencias empiezan a tomar un giro inesperado y la
novela dibuja una trama cuya ruta nos llevará a entender que en la vida todo
está en situación de abismo.
Un
encuentro sexual con una de sus jóvenes estudiantes de poesía romántica inglesa
desata la cuerda y, como en la tragedia griega, da lugar a lo inevitable. Lurie
ha sido un hombre de aventuras amorosas, se sabe experto en la conquista y es
conocedor de los límites de las mismas, no obstante: “Pasada cierta edad, todas las aventuras van en serio. Igual que los
ataques cardiacos”. La joven Melanie Isaacs se convierte entonces en su
punto de quiebre, la seduce con viejas artimañas estudiadas y practicadas durante
muchos años y va siendo, él mismo, presa de su instinto.
Como
es de esperarse aquel pasional encuentro se vuelve público y el profesor debe
ser juzgado, condenado, arrojado del paraíso de su comodidad, ha perpetuado un
disloque moral, debe asumir el precio. Pero, nuestro protagonista se aferra a
su molde intelectual, aunque en decadencia. No acepta que su actuar sea un
error, es parte de la existencia humana, el deseo es un derecho y aunque sea ya
considerado un anciano, Melanie no fue obligada a ese pasajero encuentro, ella
aceptó, quizás supeditada a una tradición en donde el hombre opera como macho,
pero aceptó. Por eso la reflexión del profesor es contundente:
Vivimos en una época puritana.
La vida privada de las personas es un asunto público. La lascivia es algo respetable;
la lascivia y el sentimiento. Lo que ellos querían era un espectáculo público:
remordimiento, golpes en el pecho. Llanto y crujir de dientes a ser posible. Un
espectáculo televisivo, la verdad. Y yo a eso no me presto.
Y
ante la negativa de asumir la culpa desde la dimensión del espectáculo, el
profesor David Lurie es expulsado de la universidad y alejado de su mundo
cotidiano. Él lo acepta con resignación, es el pago de debe asumir por romper
las normas sociales establecidas. Estamos en Sudáfrica, asistimos al periodo de
transición entre el final del Apartheid y el establecimiento de un nuevo orden,
esas conductas propias de los comportamientos coloniales y esclavistas deben
ser abolidas.
No
le queda más que la huida. Abandonar el confort, descentrarse, caminar hacia el
abismo de la incertidumbre. Y de esa manera decide emprender el camino de la
búsqueda hacia un paraje aislado, una hacienda en donde vive hace años su hija
Lucy. En este cambio de espacio, Coetzee nos provee una trama ideal para que como
lectores podamos configurar la imagen de dos mundos opuestos: la ciudad, la
universidad, la modernidad y el campo, la tosquedad y los valores de un mundo
premoderno. Un gran acierto de espacios que permiten configurar la reflexión de
la forma en que seguimos siendo parte de un devenir histórico; las grandes
tensiones humanas que nos preceden siempre estarán presentes.
Aunque
el proscrito profesor sabe que “Los
padres y los hijos no están hechos para vivir juntos”, decide pasar una
temporada junto a su hija y redescubre otras formas de la sexualidad, otras
violencias, otros dramas, otras angustias existenciales y, por ende, otra
pulsión vital de natura. Así entendemos, a través de esa nueva tensión, que la
vida tiene miles de rostros y que, en cada intersección de los caminos de los
años, un nuevo asalto a los sentidos nos puede acechar. El protagonista en
medio de esa nueva forma de modus vivendi
descubre que “Yo más bien era lo que
antes se llamaba un erudito. Escribía libros sobre personas que ya han muerto”.
¿Existe acaso una forma más inocua y prepotente de gastar nuestros días que en
esas labores? Quizás al dejar de habitar la realidad, el intelectual no tiene
otra opción más allá que de la de hablar con los muertos y de los muertos.
Allá
en esa aldea el viejo profesor debe reconstruir sus principios, no sin antes
atravesar el duro desierto del cambio. ¿Para qué un viejo debe replantearse
cosas? Ya no hay tiempo, los designios
de la vida han demarcado un derrotero, para qué virar. Pero todo cambia
inevitablemente, las sociedades, los modelos de vida, los gobiernos, todo,
aunque: “Cuanto más cambian las cosas,
más idénticas permanecen. La historia se repite, aunque con modestia. Tal vez
la historia haya aprendido una lección”. Esa es la ironía, todo cambiará en
la vida del exprofesor David, pero él seguirá atrapado en un espiral en donde
sus creencias y el pasado actúan como bloqueo constante.
La
novela “Desgracia” es un excelente
retrato de ese mundo en permanente combustión, nos permite una reflexión
profunda acerca de los eventos que transforman la ruta de nuestra vida y, sobre
todo, como el arte, nos conduce a redescubrir el placer de intentar llenar
nuestros espacios vacíos, que siempre tendrán un lugar dispuesto para esa
degustación. Buscando información para esta nota descubrí que existe una
versión fílmica de la novela, dirigida por Steve Jacobs y quien da vida al
profesor Lurie es, nada más y nada menos, que John Malkovich. Espero tener el
placer de ver esa adaptación y ensanchar un poco más el placer del buen arte.
[1] Todas las citas en: Coetzee, J. M. (2021). Desgracia. Penguin Random House
Grupo Editorial. Octava reimpresión. Traducción de Miguel Martínez-Lage.
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