Por: Yenny Fernanda Urrego Pereira
Profesora Universidad del Tolima
Por estos días, posiblemente,
todos estamos experimentando diversos sentimientos desde que amanece y anoche
sin salir de nuestras casas y seguramente, nuestras comidas diarias se
acompañan con las noticias que giran en torno a la pandemia del COVID-19 y sus
efectos directos sobre la salud física y psicológica de las personas. De esta manera,
nuestras pantallas están constantemente representándonos los estragos del
COVI-19 sobre la economía y todas las posibles dinámicas sociales a escala
global. En medio de ese mar de emociones, en esas pantallas, desarrollamos el
teletrabajo, que muchas veces se solapa con las tareas del hogar y las
actividades personales que antes eran tan diferenciadas y que ahora se tornan
difusas en medio del trascurrir del tiempo.
Toda esa presión,
probablemente se aliviana cuando recodamos que aún no hemos contraído el virus,
o que posiblemente seremos asintomáticos o que presentaremos síntomas leves, o
que nuestras familias están y estarán bien, o que tenemos trabajo y un sustento
para nuestros hogares y también, por momentos, vuelve la luz de esperanza y
comenzamos a hacer planes sobre qué hacer cuando nos volvamos a ver o cuando
todo esto pase. Pero luego, vuelve a extenderse la cuarentena y vuelven las
noticias de víctimas fatales y sigue apareciendo el teletrabajo y el trabajo de
hogar y esto se repite de manera cíclica como si estuviéramos dominados por un
virus, también informático que está generando este tipo de bucles en nuestras
vidas.
Después de
hacernos una radiografía de la situación generada por la pandemia, se pierden
las escalas jerárquicas territoriales que usamos al hablar de lo local, lo
regional, lo nacional, lo internacional; ya que la mayoría de personas en el
planeta están confinadas en sus hogares y paralelamente, se enferman personas
de todas las clases sociales, edades y condiciones físicas. Esa igualdad con la
que nos trata esta pandemia, nos podría estar diciendo que siempre hemos estado
conectados, pero por grupos pequeños, o en otras palabras, tal vez nos
afectábamos de manera significativa si le ocurría algo malo a uno de “los nuestros”
pero, ahora, esa relación de grupos pequeños ha cambiado, ya que el uso de las
mismas mediaciones tecnológicas para podernos comunicar, nos convierten en
usuarios que están conectados en serie y a pesar de estar encerrados
físicamente, mantenemos navegando libremente en internet y fácilmente podemos
convertirnos en parte de un todo virtual, generando así una transformación de ese
“los nuestros” en “nosotros”.
En ese contraste
entre encierro físico y libertad virtual, vuelve a surgir la necesidad de
organizarnos socialmente y aparecen nuevos protocolos para atender el estudio,
el trabajo, la alimentación, el descanso, la diversión, etc. Por lo tanto,
antes, durante y después de implementar esos protocolos, se genera información
constante de cada persona −ahora vista como un objeto virtual−, que puede ser
categorizada en cualquiera de los tipos de poblaciones de un sistema virtual,
el cual estaría determinando las medidas a implementar para conseguir la
reactivación de la economía y las diferentes actividades antrópicas. Por
ejemplo, hoy en día, cada vez que realizamos una llamada, nuestro celular nos recomienda
instalar la aplicación CoronApp, la cual, si se instala, permitirá que el
gobierno conozca su ubicación y si está o ha estado enfermo o su familia, con
el fin de localizar focos de contagio. También, el CoronApp le haría una
consulta médica de diagnosis inicial de manera virtual o le diría cuales son
los centros de atención cercano y le haría más recomendaciones de prevención y
manejo de la enfermedad.
Como se puede
inferir, CoronApp ha despertado un debate o más bien un dilema, entre la
privacidad y la seguridad nacional, ya que la finalidad -según lo anunciado
por la misma web- es la detección de núcleos de contagio para prevenir la
expansión de la enfermedad, sin embargo, el medio de la estrategia responde al
panóptico “foucaultiano”. A consecuencia, muchas personas han descartado
instalar la aplicación, lo cual dificulta la detección rápida de focos de
contagio y esto, sumado a las falencias en la cobertura de aplicación de
pruebas de contagio del virus y la lenta respuesta de resultados a nivel
nacional, genera incertidumbre sobre los mismos reportes oficiales del avance
de la infección.
Esta dicotomía
entre el orden y la libertad genera múltiples interpretaciones al momento de
implementar estrategias de evaluación. Por esta razón, es fundamental que se
fortalezca el canal de comunicación entre la tripulación y los pasajeros, que
de manera análoga sería entre el gobierno y el pueblo y llevado a nuestra
escala universitaria, sería la información entre los profesores que ocupamos
cargos directivos y los otros profesores, funcionarios y estudiantes. Debemos
reflexionar que ambos grupos, somos usuarios del mismo barco −La Universidad
del Tolima− y que de manera rotativa seremos tripulación o pasajeros, por tal motivo,
es fundamental el reconocimiento de cada labor y la renovación constante de
roles profesorales.
Fortalecer la
comunicación entre nosotros no es una utopía, pero es una tarea difícil debido
al encierro, que ahora es físico y que antes era de tipo académico, de cada
quien trabajando e investigando en su propia “parcela” de conocimiento,
mientras que otro grupo de profesores quedaba absorto por la carga del trabajo
administrativo. En el presente, ambos grupos de profesores y profesoras, los
que ocupan cargos administrativos y los que se dedican más a la docencia y la
investigación, estamos sometidos a la misma presión y tenemos las mismas
necesidades, por lo tanto, ese reconocimiento de la labor ajena sería un
bálsamo para todos, en especial, a los que están en la tripulación a cargo de
un viaje que nunca habíamos emprendido. A fin de cuentas, vamos en el mismo
barco y ese viaje puede ser corto para algunos o tan largo como el proyecto de
vida de la mayoría del resto.
En mi caso, como
miembro de una tripulación, seguiré dirigiendo un departamento en el cual soy
la única mujer, y sí pediré información y me piden más información y entre todo
ese trabajo, de alguna manera, con el aporte de cada persona, hemos podido
iniciar este atípico semestre 2020A. Afortunadamente, en medio de tantos datos,
vamos tejiendo lazos académicos, de respeto y reconocimiento de cada talento y
conocimiento. Si esto se repite, en serie, como un antivirus, esta comunidad
universitaria podrá transformar la idea represiva que tiene el dar cuentas, en
informar para ejercer la solidaridad y así, darle el toque humano a lo virtual.
Desde antes de
la pandemia A.P., la finalidad del reporte continuo de la información, por
ejemplo, el informe sistemático de la jornada laboral docente, entre otros
documentos que informan qué hacemos, ha sido alimentar sistemas de decisión que
también son vigilados por nuestros estudiantes, egresados y por los órganos de
control gubernamental. Este estado de información virtual parece otro estado de
la materia que alimenta un sistema, y no estaremos ajenos a ello, ni viviendo
en la luna. Por esta razón, estamos usando mucha información virtual y como
sociedad, cada vez que usamos algo todos/as y al mismo tiempo, se genera
sobrecarga del sistema. Esta sobrecarga es percibida por sus mismos usuarios y
de manera colectiva, se empieza a reclamar el uso racional de la información,
así como clamamos por el uso racional de los recursos naturales, una vez los
vemos degradados.
Al percibir los
efectos de la sobrecarga de información, es muy probable que estemos pensando
en la cura a esa saturación. La solución podría ser humana y podría radicar en ponerse
en los zapatos de los demás, en cambiar el “no me gusta” por “pensemos
cuál sería la mejor manera” y en un acto de solidaridad con los colegas,
levantar la mano virtualmente, para proponer, conversar, crear, debatir y
construir. Una vez pensemos bien entre todos, el sistema ejecutará el resto.
Es tiempo de
mejorar la comunicación antes que el mismo sistema virtual nos organice y es
hora de construir universidad más allá del crecimiento de la parcela presencial
de conocimiento. Este tipo de reflexiones han sido suscitadas desde tiempo atrás
trabajando en la tripulación de la UT, y ahora tal vez como muchas personas, me
pregunto desde la proa ¿Cuándo íbamos a imaginar que los delfines bailarían
por las costas y bahías, como si celebraran nuestro encierro a escala global?
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