Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Desde que tengo memoria en Colombia
se ha marchado por defender la Educación Pública. No transcurre un año en el
cual no tengamos registro de una movilización cuyo eje central sea el reclamo
de solución a un problema educativo.
Los llamados “Comuneros de la UIS” en
1968, el gran movimiento estudiantil de 1971, el Movimiento de la Constituyente
de 1990 y la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE) de 2011, solo son cuatro
hitos para corroborar que en Colombia la construcción de un sistema estatal de
educación sigue siendo una tarea pendiente.
El 2018 viene a ser otro momento de
eclosión. Después de un periodo tratando de consolidar un proyecto de paz, hoy
amenazado por la ansiedad guerrerista de los latifundistas de Colombia, abrimos
los ojos ante la cruel realidad: el dinero que se irá para guerra podría ser
invertido para un bien nacional que lo requiere: la universidad pública.
Las Universidades Públicas se caen y
no es una metáfora. La demanda de formación de los ciudadanos colombianos cada
vez es mayor, darle respuesta es una angustia. Los indicadores para evaluar la
gestión universitaria en sus ejes misionales se hacen más exigentes, porque no
solo debemos cumplirle a nuestra realidad, sino también a la OCDE.
La inversión en las Universidades es
tan exigua que resulta una proeza cumplir los retos de los Planes de
Desarrollo. Investigar sin los recursos necesarios es como escalar sin arnés.
Educar sin los recursos didácticos adecuados resulta un remedo del acto
pedagógico. Hacer proyección social termina siendo una conversación con el
entorno sin poder intervenir en sus problemáticas, nada más.
Las infraestructuras requieren
inversiones altas. La dotación de recursos tecnológicos que necesitan las
universidades para estar a tono con las nuevas formas de enseñar, es
descomunal. Educamos para el siglo XXI con los recursos del siglo anterior.
Por eso volvemos a las calles a
reclamar nuestro derecho a una educación pública, de calidad y gratuita. Tres
sueños por los que miles de banderas, cantos, pancartas, manos, voces, pies y
cuerpos hemos caminado durante décadas y seguiremos caminando, porque estamos
convencidos que, como dijo Everett: “La educación es una mejor salvaguardia de
la libertad que un ejército permanente”.
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