Por:
Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente
universitario IDEAD - UT
Por estos
días de convulsión social las emociones estallan generando angustia en las
mentes, sin importar la edad, el género o la condición social. Estamos
asistiendo a un momento en que la humanidad pareciera estar en un callejón sin
salida, atrapada en un sistema que ha colapsado dejando a la deriva las
promesas de prosperidad y felicidad que se vendieron bajo preceptos hoy en
decadencia.
Después de un
inicio de siglo en el cual la tecnología irrumpió en cada rincón del planeta
trayendo una nueva promesa de confort, hoy asistimos, como a través de una
enorme pantalla, al desvanecer de los sueños. Pobreza, egoísmo, depredación de
la naturaleza, enfermedades, brechas sociales inmensas entre unos pocos que lo
tienen todo y una muchedumbre que deambula buscando opciones y mejores
condiciones, son los escenarios que moldean la inconformidad.
En Colombia,
un país que se erige en la esquina de Suramérica de ese territorio que, como cantaran
Los Prisioneros, queda “al sur de EE. UU.”, arde en indignación. Después
del frustrado proceso de paz el cual, en vez de unir a los ciudadanos, fue
usado como estrategia para ahondar los odios; la desesperanza y la lógica de la
barbarie parecen reinstalarse, pero esta vez no sólo en las zonas rurales, ahora
la brutalidad de la violencia ha llegado con toda intensidad a las ciudades.
La ola de inconformidad
que retuvo algún tiempo el COVID-19 y la estrategia de miedo que construyeron a
su alrededor, volvió a salir a flote. Esta vez ni el virus, ni la represión, ni
el miedo pudieron detener el descontento. Esta vez las calles se inundaron de
personas la mayoría de ellas jóvenes, que se niegan a ver los estertores de un
país en manos de la indolencia hecha gobierno. Un país cuyo fortín de las armas
ha impedido el cambio, un país cuyas dos últimas décadas ha estado en manos de finqueros
millonarios, políticos corruptos y banqueros, mientras los demás asistimos a la
parodia del bienestar.
Y en el fondo
de ese escenario, la salud mental se diluye ante el alud de sucesos que rompen
toda lógica. La avaricia de unos pocos consumiendo el bienestar de todos, la
desfachatez de un gobierno que protege las mafias y abandona a los pobres, el
manido egocentrismo de un patriarca en decadencia que se niega a soltar el
poder a toda costa, un grupo de enceguecidos propietarios que compran armas
para defender sus feudos sin ser capaces de entender el drama de los menos
favorecidos y la terquedad de un gobierno que le apuesta más a la represión que
el diálogo franco, son hechos que hacen crecer la indignación.
A todos los
angustiados quienes ven que sus labores se han detenido, que sus estudios están
pendientes debido al paro, que sus pequeños negocios aumentan las pérdidas, que
sus hijos salen a marchar y no saben si en la noche volverán, que afirman que
todo será inútil porque este país no lo cambia nadie; a todos los angustiados
va este mensaje: sólo hoy podremos dar cuenta de un futuro distinto, sólo hoy
podremos contribuir a desmontar el más aberrante sistema de corrupción, odio y
barbarie que conduce este barco llamado Colombia y lo podremos conducir a
mejores aguas.
La angustia
no va a desaparecer mientras vivamos en medio de tanta inequidad, mientras veamos
millones clamando por una vida digna mientras unos pocos devoran todo, mientras
estemos unos pocos conformes con lo que hemos luchado por construir, pero haya
miles desabastecidos de los recursos mínimos para vivir con dignidad. La
angustia es válida, porque como dijo Jiddu Krishnamurti “No es signo de buena
salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.
A todos los
angustiados de hoy les invito a pensar en el bienestar del otro, en los más desprotegidos,
en los que sufren y hoy ven una luz de esperanza en esta gran movilización de
cuerpos y mentes cansadas de padecer la ignominia de la casta gobernante. La
angustia estará ahí, pero de seguro se hará más llevadera si nos despojamos del
egoísmo y entendemos, como lo dijo Platón, que: “Buscando el bien de nuestros
semejantes, encontramos el nuestro”.
2 comentarios:
Gracias maestro por compartir con estética amable sus reflexiones de este genocidio que estamos presenciando.
Así es profe Gamboa, cuando tenemos empatía, solidaridad, todos ganamos. Una cruel realidad se vive, pero con conciencia y perseverancia se lograra. Gracias
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