Por: Jairo Rivera Morales
Catedrático universitario
Ex -Senador de la República
No existe una "normalidad"
a la cual debamos regresar. Lo que hay es un antes y un después. El antes es
causante, el después es consecuencia. Pero nada es inamovible en el presente
infinito, compendio y substrato del antes y el después; por el contrario, su
elemento esencial es el cumplimiento inexorable de la ley universal del
movimiento. El movimiento se manifiesta a través de evoluciones e involuciones,
avances y retrocesos, retrasos y aceleraciones, quietudes que confirman el
cambio y sobresaltos que lo precipitan.
En la sucesión de los hechos no
siempre es visible la frontera entre causalidad y casualidad. La historia no obedece
a una programación, no es determinada por ganas o voluntarismos ni está escrita
de antemano. Pero los seres humanos todos los días hacemos nuestra historia y
el mayor catalizador de los cambios que la necesidad histórica reclama es la
conciencia esclarecida; aquella que sabe y refleja una gran verdad: no nos
conservamos sino transformándonos, no nos transformamos sino conservándonos.
La inconsciencia y el irracionalismo
consumista, extractivista y depredador, nos han llevado a asumir la destrucción
como destino. Lo deseable es que la parada en seco ocasionada por la pandemia
sea el preludio del nacimiento de una nueva consciencia. Una consciencia que
genere actitudes, actuaciones y conductas que posibiliten el reencuentro de la
cultura con la naturaleza y la reconciliación entre la humanidad y el cosmos.
Sinceramente siento y pienso que esperar más que eso sería un exceso de
optimismo.
Sin libertad y sin equidad el futuro
humano será inviable. Pero solamente la solidaridad hace compatibles la libertad
y la equidad. Estamos en la hora del despertar; la hora de justificar nuestros
sueños. No obstante, esa justificación necesaria e inaplazable, no será posible
sin los informes de la ciencia, sin los recursos del arte y sin la presencia de
la poesía.
Al margen de dichos supuestos, no
habrá lugar para la esperanza. A partir de ahora, los proyectos políticos
deberán ser proyectos culturales, vitalistas, ambientalistas, en los que la
justicia redistributiva no sea un simple enunciado sino un inaplazable imperativo
categórico. Todo esto no podrá lograrse sino a partir de la superación de la
codicia, y del estulto narcisismo de los humanos, y del afán acumulador, y de
las demás lógicas perversas del capital. Recordemos lo dicho hace dos milenios
por el hijo de un humilde carpintero de Galilea: "¿De qué le sirve al
hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?"
Cuántas razones de las sinrazones no
proclamadas, cuántas reacciones de la vida contra la razón instrumental, cuánto
humanismo contra las monstruosidades cometidas en nombre de las causas más
laudables, imaginadas por el "rey de la creación", cuánto naturalismo
contra el antropocentrismo hirsuto y ramplón. El poeta español León Felipe lo
explicaba desde el recurso de la poesía:
"Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido
que ha hecho del juego una sudorosa jornada.
Ha convertido el palo del tambor en una azada,
y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo
se ha puesto a cavarla.
¡Si supiésemos caminar bajo el aplauso de los astros
y hacer un símbolo poético de cada jornada!
Quiero decir que nadie sabe cavar al ritmo del sol
y que nadie ha cortado todavía una espiga
con amor y con gracia.
Ese panadero, por ejemplo, ¿por qué ese panadero
no le pone una rosa de pan blanco a ese mendigo hambriento
en la solapa?".
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