Docente Universidad del Tolima
–IDEAD-
Los seres humanos enfrentamos, durante
el transcurso de nuestra existencia, momentos cruciales los cuales nos impelen
a decidir entre claudicar o reconfigurarnos. Esa condición agonística del individuo
es vital en la evolución de la vida misma, necesaria para re-afirmar el ser y el estar en un tiempo determinado.
Al realizar un inventario de los
contratiempos que ha padecido un ser adulto, de seguro tendrá que retornar
hasta el momento inaugural que lo arrojó al mundo. Somos producto de la agonía,
del éxtasis del amor, del deseo desaforado de nuestros padres, del clamoroso
pero sufrido proceso de gestación, del estrangulamiento que genera el parto. Por
eso, instintivamente, procuramos el cuidado del niño frente al mundo inhóspito
y peligroso al cual debe adaptarse, y lo que llamamos vida transcurre hasta que
un día debemos enfrentamos a la hora final de la existencia. La agonía última.
Somos seres leves, pero la mayoría
no tiene conciencia de su levedad. Somos finitos, estamos expuestos. Solo en los
mitos, (incluida la religión), trascendemos y vivimos más allá de la muerte. Pero
la religión solo es un relato. La eternidad es una invención discursiva para
ilusionarnos con la idea de que somos invulnerables al tiempo, cuando de plano
sabemos que nuestro transcurrir es un chispazo en medio del insondable tiempo
universal. Kairós siempre será superior a Cronos.
La historia de los humanos está
plagada de catástrofes, hecatombes, destrucciones, reinicios, tragedias,
guerras innecesarias, decadencias evitables, pero sin ellas no seríamos lo que reflejamos
en el espejo del presente. No somos la mejor versión anhelada, la realidad está
ahí para corroborarlo. Pero quizás en algo nos hemos superado con relación a
nuestro pasado o al menos lo creemos y a eso llamamos civilización. ¿Pudimos
ser distintos? Seguro que sí. ¿Podremos ser distintos? Seguro que sí. Eso lograrán
corroborarlo otros, quizás nos-otros
ya no.
Ineludiblemente sobreviviremos como
especie. Seremos distintos, quizás más depredadores, quizás más bondadosos con
el universo, ese Otro Nos que aún desconocemos
en su real dimensión. El ahora nos convoca a Estar, a asumir la existencia como el valor supremo de la especie. Es
la tarea histórica que enfrentamos hoy.
Enumerar las vicisitudes que este
momento ha desplegado sobre lo humano me parece un trabajo arduo y necesario,
pero no es mi prioridad aquí. Los pesimistas ya han mostrado las cartas de un
negro tarot con imágenes mortuorias, llantos, desigualdades y miserias. No
olvidemos que todo eso lo hemos causado nosotros como especie, no nos llamemos
a engaños, cada uno ha contribuido, de alguna manera, a forjar ese pandemonio
de sistema que algunos añoran en sus encierros, otros padecen en cuarentena y millones
lo sufren arrojados a la intemperie de un gran mal-estar.
No somos solo víctimas, concurrimos victimarios
del mundo natural que hoy vemos resurgir mientras agonizamos. Curiosa imagen
esta: Algo de nosotros muere en el mundo
cada día y al morir algo renace en el planeta. Los pesimistas solo ven la
muerte, yo creo e invito a ver el renacer. No seremos los protagonistas del
mismo, a nosotros nos tocó sobrevivir, a otros le tocará transmutar. Quizás
alcancemos a ser la semilla de la transformación.
¿Por qué ver solo el gris si aún
sobre lo alto se despliega el arcoíris? Daremos nuevos abrazos o inventaremos
otras formas de abrazar. Besaremos, soñaremos, iremos por ahí distraídos
mientras la tarde nos sorprende con un ocaso. Contemplaremos el cielo
destellante de otros amaneceres.
Entonaremos, otra vez, la melodía de
los enamorados, correremos sobre el verde césped de nuestra existencia una vez
más. Como después de la afrenta de Troya, regresaremos a Ítaca con la ansiedad
del viejo terruño. Como después de las fratricidas guerras, retornaremos a
nuestras casas, valoraremos el afuera y resignificaremos el adentro. Lo haremos
como especie, y ojalá eso nos enseñe a tomar mejores decisiones. Menos egoístas,
más humanas, más colectivas, si no es así quizás necesitemos más catástrofes
para aprender.
Dentro de poco tendrán que existir
otras formas de aprendizaje, otra escuela, otras formas de organizarnos, otras
formas de alimentarnos, otras formas de asumir el trabajo, otras formas de
habitar el planeta. Creer que nada va a cambiar, para bien o para mal, es
negarse a mirar por la ventana que el virus abrió para mostrarnos lo que la
cotidianidad impedía ver. No más piensen en el mundo de hace cien años y podrán
comparar lo mucho que hemos cambiado como especie. Ahora imaginen a Covid-19 como un acelerador del tiempo. Este
encierro transcurre en días, pero su impacto debemos asumirlo en décadas.
Creo que todos tenemos derecho al pesimismo,
el momento actual muestra su balance en cifras, agonías, carencias y lamentos. No
obstante, me concedo el optimismo e invito a él. Antes de que la pandemia diera
origen a este tsunami de miedo, ya era consciente de mi levedad, de mi finitud
como ser humano, sabía que un día moriría, tenía certeza de ello y no me
producía miedo. Por eso siempre procuré hacer de mi vida, y lo siguiere
haciendo mientras aún respire, un elogio a la mortalidad.
Aun sabiéndome finito, preso de la
levedad, me concedo el optimismo.
8 comentarios:
Que buen artículo, así da gusto leer. Lo trabajaré con los estudiantes.Me gusto la posición sobre la religión.
Reflexión aguda de nuestro ser y de su discurrir en el tiempo.
Certero, Genial.
El miedo es lo que generalmente no nos permite trascender. Aludiendo a la sabiduría popular 'la muerte es lo único seguro", es comprensible el por qué de la paranoia frente a esta pandemia, ¡ es que es tan bueno estar vivo !!
Así es el miedo es lo que no nos permite trascender y como ha llegado el momento de reconocer nuestra humanidad, lo frágiles que somos; si continuamos ignorando a Dios, lo único que vamos a cosechar es dolor y un sufrimiento, que no tendrá fin.
Levedad que nos precisa cambiantes....
Tardamos en asumir los cambios repentinos pero desde las antiguas tragedias los portadores de sueños anticipan caminos y fugas en esta larga historia de transformación, quizás por su extraña capacidad de ver lo que otros no pueden ver.
Las fuerzas que escapan a tu control pueden quitarte todo lo que posees excepto una cosa, tu libertad de elegir cómo vas a responder a la situación. Viktor E. Frankl
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