Un
hámster atrapado en la rueda sigue caminando porque considera que la salida
está próxima, sin darse cuenta que sus pisadas reproducen una agonía infinita
de sin salidas. Si el hámster es capaz de entender la inutilidad de hacer girar
la rueda, podría soñar en cambiar dicha lógica. Hace mucho rato que la
Universidad del Tolima es la rueda que gira y gira sin parar, y el hámster es
la comunidad. ¿En dónde está la salida?
El Ministerio de Educación.
Amo y señor de las malas políticas educativas del país, solo querrá aprovechar
el momento para diseñar una “prueba piloto” que les permita reconfigurar las
universidades públicas. Recordemos que la Ley 1740 es una reformeta de la Ley30 de 1992, la cual creímos tumbar en el 2011, pero que ellos han venido
implementando de manera soterrada. Tienen un gran aliado interno en la
Universidad del Tolima y es el mismo rector, para la muestra su política de
cobertura con calidad, acreditación institucional, excelencia académica,
indicadores de gestión, publicaciones indexadas y demás conceptos propios de la
política ministerial. Para ellos la culpa es de la comunidad, se excluyen
ellos, excluyen al gobernador pasado y de turno y excluyen, por supuesto a su
mejor heterónomo alumno: el rector.
La Gobernación.
Presidida por Oscar Barreto, quien años atrás se negó a girarle las
transferencias de ley porque el exrector Ramón Rivera Bulla le ganó la puja por
la rectoría, hoy aparenta lavar la mancha del pasado y hacerse pasar por
salvador de la Universidad. Su estrategia, la lenta espera. No quiere asumir el
caos, no quiere invertir mayores esfuerzos económicos y políticos en una
institución que se sospecha inviable. Considera que el Ministerio de Educación
debe dar la pauta y determinar la dimensión de la crisis, posiblemente después
de barrida la casa le interese organizar la fiesta. De dientes para fuera
culpa al rector, de dientes para dentro guarda sus reservas. Culpa a la
comunidad soterradamente, porque sabe que su mayor resistencia anida allí.
El rector.
Reelegido en la turbulencia de una crisis que ocultó con un dedo (auspiciado
por la ceguera oportuna de sus aliados), sabe la real dimensión de la debacle.
Quiere implementar un plan de ajuste fiscal que de entrada no garantiza el
largo aliento financiero que requiere la institución, por eso hoy clama porque
la Universidad del Tolima ingrese en Ley 550, la misma que se aplicó por
primera vez en la Universidad del Atlántico en el año 2005 y que después de una
década de penurias, maltratos y desinstitucionalización, continúa teniendo
dicha universidad en la esquina del abismo. Para el rector la culpa es “estructural”,
es decir, no es suya, ni de su equipo; y la solución debe recaer en la
comunidad en una suerte de “todos pongan” que yo organizó. Sin credibilidad,
sin gobernabilidad y sin respaldo de sus antiguos aliados juega su carta
maestra: llamar al papá Ministerio para que lo defienda.
La comunidad.
Compuesta por tres volubles elementos (estudiantes, trabajadores y docentes),
se mueve entre la culpa, la angustia y el deseo de aportar algo real a la
salida. En sentido estricto, cada estamento son varios a la vez, se mueven al
vaivén de sus intereses individuales y de pequeñas colectividades. Intentan
unirse poniéndose de acuerdo en los intereses comunes, pero sospechan
mutuamente unos de los otros, la historia de sus actuaciones está ahí en el retrovisor
de la vida cotidiana. Saben que los misiles reformistas del Ministerio, de la
Gobernación y del Rector apuntan hacia ellos, pero aún son incapaces de abandonar
su lugar de enunciación para construir un proyecto mediado por las diferencias,
pero robustecido por lo común. Las viejas prácticas tienen extensas raíces que
deben ser cortadas.
Ante
este panorama la única salida (no garantizada) es la construcción de una
propuesta colectiva, lo más incluyente y universitariamente posible; dolorosa
porque implica salir de los escenarios de confort y enfrentarnos a las otras
dimensiones con los que se alimentan las crisis: la apatía, la componenda, la
negociación soterrada, el privilegio, los amiguismos con el poder, la falta de compromiso
con lo público y el respeto por la comunidad misma.
En
ese camino todos hemos avanzado, unos más que otros, pero la ruta parece estar
clara. Los trabajadores tienen sus diagnósticos y sus propuestas, los docentes
han elaborado un documento juicioso en su primera versión, los estudiantes
avanzan derribando los diques y empiezan a gestionar sus debates. Lograr un
epicentro de estas ideas, cruzarlas, tamizarlas, ponerlas al desnudo y
construir una propuesta de la comunidad, es hoy la única manera de evitar la
predeterminación del MEN, el Gobernador y el Rector, esa tríada que origina la
crisis y que hoy la descarga sobre la Universidad y sus actores.
Las
crisis deben generar transformaciones, lo peor después de ellas es seguir
instalados en el mismo lugar donde germinaron. Algo viejo debe morir para que lo
nuevo pueda surgir.
2 comentarios:
Acertado y preciso su texto. Una mirada amplia del devenir de la universidad no solo como espacio creador de conocimiento y cultura, sino como un contexto de tensión política que a través de los años ha incurrido en las mismas prácticas de poder. La UT se enfrenta tal vez, o más bien seguramente, a uno de sus peores momentos financieros y estructurales. Llamar a la salvación grupal es casi utópico, de ahí que su propuesta de establecer una verdadera reforma equitativa y real debe ser liderada por los docentes, los académicos; y apoyada sistemáticamente por la lucha ideal de los estudiantes y la necesidad de cambio de los trabajadores. Ese conjunto que es capaz de aislar su conveniencia y articular entre sí los fines comunes, son la única salida que queda.
Que buen texto y que pertinente en un momento tan crucial que vive la UT, tod@s a reflexionar y a ser propositivos.
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