Por: Carlos Arturo
Gamboa
Los relatos del fin del mundo han
llenado la humanidad de miedo durante milenios. Ante la ausencia moderna de
verdaderos mitos, hemos retornado a la tierra de las promesas de felicidad, que
hoy son los grandes paraísos del consumo. La tierra prometida está ubicada en
los mapas de los hipermercados, en donde se obtiene la fe-licidad a cambio de agujeros en las carteras. Los relatos del
fin del mundo hacen sonar sus trompetas apocalípticas para que todos nos
volquemos a las grandes superficies para obtener la salvación pasajera. Después
de la fecha anunciada y ante la confirmación que seguimos vivos, nos acomodaremos
gustosamente frente a nuestro nuevo plasma a esperar otro profeta del fin de
los tiempos.
Mientras tanto el mundo colapsa en la
realidad. Los polos se descongelan, los ríos se secan, las grades minas para
extraer los minerales arrasan la flora y la fauna, el gas producido por los automóviles
desgarra las entrañas de la capa de ozono, los desechos posteriores al consumo atiborran
la tierra y las aves se desploman como kamikazes de la desolación sobre el
smog. Mientras contemplamos el tintineo de la terminación de otro año, el mundo
sigue en su cuenta regresiva. La culpa no es de ningún dios iracundo o algún
profeta delirante, la culpa es de nosotros los humanos, la especie que depreda
la especie, el mayor dios y demonio que ha habitado el planeta.
Cada año que finaliza es apenas un
breve colapso en los calendarios, nuestro tiempo no es más que una breve
pincelada en el Tiempo de lo humano, es una lástima que no podamos entender nuestra
fortuna y que quizás nuestra idiotez y alienación anuncian el verdadero
apocalipsis. Sólo quien conoce el rumor de los desiertos procura el verde de la
montaña. Sólo quien es capaz de pensar en colectivo podrá comprender el engaño
de las luces que enceguecen. Sólo quien abre sus ojos más allá del influjo de
sus pequeños deseos de consumo, descubrirá la vitalidad de tiempo que se esfuma
entre las manos.
Este nuevo año que se derrite entre
sonidos de progreso ha dejado un poco más desolado nuestro planeta y las
cuentas en los bancos un poco más elevadas. Quisiera que el año entrante la
relación variara y si no es así, el verdadero apocalipsis habrá asomado en las
ventanas, mientras nuestro árbol navideño refleja esa alegría pasajera que se adquiere
en el mercado. Aun así, mis mejores deseos en la apertura del ciclo 2013,
espero que el ruido de la época no te impida escuchar el lamento del planeta.
2 comentarios:
Bien Carlos, gracias.
Fernando Fernandez Mendez
"La culpa no es de ningún dios iracundo o algún profeta delirante, la culpa es de nosotros los humanos, la especie que depreda la especie, el mayor dios y demonio que ha habitado el planeta".
Es así mi profe la cruda realidad de la vida, lo que el ser humano no alcanza a comprender mientras que nos consume el mismo demonio que se lleva dentro.
GIRASOL DIAMANTE LINDO
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