Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente Universidad del Tolima
Siguen
retumbando en las acuosidades del gran Magdalena la pregunta del maestro
Echandía: “¿El poder para qué?”. Tantos años soportando la ausencia de un
proyecto de región nos han conducido a perder la fe en los gobernantes, las
instituciones y la política. Para muchos decir «política» equivale a sentir las
arcadas, ese malestar que precede al vómito.
Se
añora el pasado “glorioso” del Tolima, que es casi decir un pasado de líderes
decentes que antepusieron algunos de sus deseos en pro de colocar a la región
“en el concierto nacional” y de solucionar los problemas concretos de la vida
cotidiana. De eso poco queda. Ahora asistimos a las rencillas, al maridaje
politiquero, a la componenda, a la comidilla de cafetín, a las alianzas
programáticas para desfalcar el erario, a la pérdida de la política y el
triunfo desorbitante de la politiquería.
Y
en ese inventario desolado no importan los colores, ni los directorios, mucho
menos las ideologías. Da igual, lo importante es la lucha desaforada por el
poder; pero, volvamos a Echandía: ¿para qué? El fin de la política es la
búsqueda del bien común, el consenso por la construcción de ciudadanía a través
de la solidificación de lo público, el lugar de todos y de ninguno. Hoy asistimos
a la era de la gran ausencia de políticos y la necesidad urgente de la
política.
Veamos
el momento actual del departamento del Tolima a la luz de las anteriores
premisas. El llamado liberalismo, cada vez más alejado de las clásicas ideas y
postulados liberales, arrastra una larga cola de desaciertos y errores. Sus
“líderes” fueron incapaces de gestionar la ciudad y el departamento, las
necesidades de hace cinco décadas siguen latentes: Brecha enorme entre lo rural
y lo urbano, desorganización de la urbe, ausencia de servicios básicos, pobreza
en el centro y miseria en los bordes, corrupción a todos los niveles; todos estos
indivisos indicadores del fracaso.
Por
su parte las denominadas fuerzas alternativas, que van desde un centro con
vocación social hasta la izquierda- izquierda, se sumen en sus eternas luchas
internas por imponer sus idearios. Expertos en identificar los males sociales
son incapaces de generar un acuerdo para plantear las soluciones. Es muy fácil
criticar el desfile desde el balcón, el problema es ponerse las alpargatas y
bailar. Juntarse es algo impensado, son tan puristas algunos grupúsculos que,
como dice el viejo chiste de cafetín, se reúnen cinco y salen seis vertientes
distintas.
Su
dispersión siempre ha sido favorable a los partidos tradicionales, a donde
muchos terminan saltando con ánimo o esperanza de realizar alguna gestión. Casi
siempre son devorados por el Leviatán de provincia. Ahí siguen, convocando,
criticando, denunciando, todas ellas labores loables, pero sin un proyecto de
poder claro y concreto, es decir, sin política.
Los
conservadores, que se mixturaron con varias vertientes del orden nacional que
depositaron sus huevos infestados en las regiones, lograron después de muchos
años de alzar su cabeza hacia el Palacio del Mango, habitarlo con toda su
artillería. Liberales desencantados, uribistas camuflados, seudo-independientes
sin línea nacional y otros personajes pertenecientes a la fauna tropical que
han engordado sus huestes. Con el trajinado modelo del caudillo de antaño hoy
dominan el panorama departamental y sueñan avanzar en la construcción de un
poder extraterritorial, tesis del siglo XIX que arrastran como un penoso
legado.
Ahora,
con el panorama despejado se enfrentan a la cruda realidad, deben gobernar,
pero muchos de ellos no lo saben hacer, porque en el Tolima el arte de gobernar
hace rato se quedó enterrado en su “pasado glorioso”. Ahora muchos saben hacer
politiquería, firmar contratos, repartir puestos, generar tácticas para atrapar
dineros, echar discursos, pero pocos, muy pocos saben gestionar las necesidades
de la región. Esas mismas carencias que denuncian las fuerzas alternativas y
que fueron incapaces de arreglar los liberales y que, de seguro, no subsanarán
los conservadores.
La
hegemonía de hoy será la fragmentación del mañana. Sumidos en una lucha interna
por los botines del poder, ni cuenta se dan que la ciudad se torna caótica y el
departamento sigue cuesta abajo en su rodar. Como apenas les interesa la
burocracia en su esplendor, porque para ellos los puestos son sinónimos de
poder, olvidan, como lo hicieron los liberales (incluidos los liberales
alternativos que gobernaron recientemente la ciudad), que el fin de la política
es el bien común y la consolidación de sí misma como expresión ciudadana, no de
un gamonal o un trapito de cualquier color.
Y
en medio de ese vaivén la inseguridad y el desempleo aumentan. Los crímenes de
Estado se mezclan con los crímenes del narcotráfico, las bandas emergentes y
los residuos rearmados del colapsado proceso de paz, moviendo la violenta región
de antaño hacia un círculo vicioso de miseria y barbarie. El descontento
general crece, que sumado a los efectos de la pandemia y los años de atraso en
las políticas públicas están configurando un gran «coctel de malestar social»,
que explota cada cuando y que los gobernantes ven pasar desde las ventanas de
sus oficinas, pero que no intervienen porque están pendientes por las disputas
de las nóminas, los contratos y los convenios. Pensando en los puestos del
mañana han olvidado los retos del presente.
Mientras
tanto, el antiguo Tolima con aquellas melodías “de canciones viejas” sigue a la
deriva, con sus sueños frustrados de región que nunca pasó de ser una maqueta. Sólo
basta ver la desconfiguración de su triste capital para imaginar cómo están
todos esos hermosos territorios olvidados que habitan bajo la sombra silenciosa
de su nevado.
¿Hay
una salida? En política siempre existe una posibilidad, sólo que ella pasa por
juntar los restos del naufragio y, acudiendo al principio de necesidad
compartida, vislumbrar un lugar para desde allí construir. Los impedimentos
están a la vista: las viejas maquinarias de todos los colores, los egos de
caudillos trasnochados y los odios infundados por las mezquindades del poder y
heredados a los jóvenes militantes; pero, sobre todo, la desesperanza, porque
pareciera que estamos atrapados en un remolino de incapacidades.
Volver
a la política es entender que se puede construir con el otro, con el diferente,
derrotar los odios y otear más allá de las limitantes que han construido nuestras
miradas, eso sí, sobre los principios fundamentales del bien común. Cuando el
reto es grande se necesitan seres grandes, lamentablemente estamos rodeados de
pigmeos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Exprese su opinión, este es un sitio para la argumentación