Por: Carlos Arturo
Gamboa B.
Docente
Universidad del Tolima
Gobernar en tiempos de pandemia se está
reduciendo a determinar la fecha cuándo se debe encerrar a la población, lo
cual en sentido estricto no es gobernar. Vivimos escenarios que requieren de diversas
medidas para asumir los retos de dirigir, administrar y controlar los destinos
de un territorio, y para ser justos este no es un problema local o nacional,
estamos asistiendo a una crisis de gobernanza global.
Como los Estados se encuentran deteriorados y
las instituciones públicas totalmente deslegitimizadas, los ciudadanos van sin
rumbo, sumidos en la sociedad de la falsa información, carentes de rutas claras
y ajenos a las posibilidades de construcción colectiva. Ante esa maraña de sucesos
los gobernantes de turno se limitan a copiar o imitar acciones de otros lares,
sin información verídica y sometidos a la fluctuación de los hechos.
Por estos días en Colombia asistimos a ese vaivén
de toma de decisiones que ante los ojos de la mayoría son la muestra del fracaso
de una política real de contingencia. Aunque ha transcurrido un año el gobierno
nacional, y casi todos los locales, avanzan al garete y le apuestan casi todo a
endurecer las medidas de confinamiento de la población, hecho que demuestra su
fracaso.
Hace un año era entendible que tocaba entrar en
confinamiento, sobre todo debido a que no se tenía conocimiento exacto del
virus, su comportamiento e impacto; además, se hizo evidente que la estructura de
salud era incluso más precaria de lo que los críticos de la Ley 100 planteaban.
Pero ha pasado un año, no se puede seguir improvisando.
No se dispusieron planes de trabajo organizado
para contrarrestar los contagios en tiempos de festividades, la gente salió
como si el tal virus no existiera y las normas o protocolos creados y dispuestos
fueron en su gran mayoría pantomimas. En muchos lugares la toma de temperatura,
el limpiado de calzado y el lavado de manos se asemejaba al oficio de
culebreros. Parecía que al virus lo pudieran engañar como engañan a los
electores. Nadie supervisó, de manera seria, los protocolos y sólo unos pocos
los cumplieron, esos pocos no pudieron detener el crecimiento de infectados, y
como suele suceder en Colombia, todos asumimos las consecuencias de los
irresponsables.
¿Qué pasó con los planes de subsidio a los más
necesitados? Flor de un día. La reactivación económica fue otra parodia, lo
cual impidió crear un plan de sostenimiento de largo aliento, sólo remedios
esporádicos como abrir una semana, para cerrar después. Este es un modelo cortoplacista
muy propio de nuestras obsoletas formas de gobierno. Pensamos en el pan de hoy
y no en el hambre de mañana.
Y hay un problema más grave aún, es que la ciudadanía,
si eso existe, o la gente en general, no sabe a ciencia cierta a qué se enfrenta.
Hablamos del virus como de un relato lejano, algunos creen que no existe, otros
que se cura con menjurjes y muchos otros que existe, pero es inofensivo. Al
final, cada cual se mueve dentro de esos relatos y por eso abundan los actos
irresponsables poniendo en jaque al ya deleznable sistema de salud. Los médicos
no sólo luchan contra el virus, también lo hacen contra la ignorancia de la
gente y la precariedad del sistema.
Mientras tanto los gobiernos central y local
creen que poniendo multas e inmovilizando carros el problema se puede frenar,
nada más alejado de la realidad. El problema ya nos desbordó, el contagio
seguirá creciendo y si las vacunas son efectivas la pandemia aún tardará un par
de años en amainar, si no, como afirman algunos expertos, tendremos que convivir
muchos años en este habitad.
Para tiempos difíciles, medidas creativas. Como
solía decir Einstein, uno no puede esperar resultados distintos haciendo
siempre lo mismo. Debemos empezar por hacer campañas pedagógicas reales y
contextualizadas (en los barrios, comunas, con líderes locales, jóvenes capacitados
y enganchados para tal propósito) que trabajen sobre la idea del autocuidado
como valor individual y colectivo, reforzar el cumplimiento de los protocolos
de tapabocas, lavado de manos y distanciamiento, que están comprobados son
eficaces y evitan la dispersión más rápida del virus.
Un caso
de eficiencia de tales reforzamientos culturales lo vemos con las gripas tradicionales,
la gente ya sabe que debe abrigarse en invierno, reforzar la toma de vitamina
C, evitar contactos directos con gente agripada y cuidarse cuando se infecte,
eso ya hace parte del ADN cultural. Igual debe pasar frente al coronavirus.
Las multas son inútiles en una población que se
empobrece cada día más, hay que explorar otras formas ejemplarizantes como el
trabajo social para los infractores. Si alguien viola los protocolos poniendo
en riesgo la vida de otros debería, por ejemplo, servir durante un tiempo en
los hospitales o albergues, ser capacitado y hacer campañas de prevención, visitar
las comunas para hacer publicidad de autocuidado, entender que el problema es
de todos. Esto es más efectivo que acumular multas que nadie pagará o que
generará mayor descontento social.
Estar encerrados durante más tiempo no cambia
en nada las cosas, lo que hacemos es aplazar la solución del problema. Eso ya lo
experimentamos con temas como el narcotráfico y la guerra, para darles solución
los problemas se deben enfrentar en su real dimensión. Es tiempo de encerrar
menos y gobernar más. Educar y trabajar colectivamente se me antojan dos elementos
claves para ello.
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