Por: Carlos Gamboa Bobadilla
Docente Universidad del Tolima
El 8 de mayo de 1945, Alemania se rendía
definitivamente ante el ejército aliado, dando paso al comienzo del fin de la
Segunda Guerra Mundial. 13 días después, a miles de kilómetros de allí también
se daba fin a una batalla, más generosa y humana: la creación de la Universidad
del Tolima. El 21 de mayo, la Asamblea
Departamental del Tolima firmaba la Ordenanza que constituía, al menos en el
papel, el Alma máter de los
tolimenses.
Ese lejano lunes, sin saber quizá la trascendencia de
lo que allí se rubricaba, el esfuerzo del diputado conservador Lucio Huertas
Rengifo se hacía realidad entre los folios que permanecerían traspapelados
durante una década. Harían falta la iniciativa popular y la voluntad política
de un militar, el gobernador César Cuéllar Velandia, para que aquella Ordenanza
volviera a ver la luz, justo en 1955[1].
Un parto largo, dirían las abuelas, el que tuvo la Universidad del Tolima.
Veinte años no es nada, cantaba Gardel, pero el tiempo
de la nostalgia no es el mismo que el de la necesidad de educación. Una década
perdida entre escritorios y archivos duró la Universidad del Tolima. Como si al
nacer estuviese poseída por un extraño designio, propio de los cuentos de los hermanos
Grimm, su nombre deambuló a la deriva de la desidia burocrática, ese mal tan
antiguo del cual no tenemos fecha inaugural. Una institución de papel, solo con
un nombre, errante y sin un lugar fijo donde abrevar, sin programas, sin el
bullicio de los estudiantes a la hora de la salida, sin docentes, sin
tertulias, sin protestas, sin trabajadores. Diez años de olvido.
La Universidad de papel era un sueño escrito en un
pergamino, pero al fin y al cabo un sueño. Ya sabemos que mientras los deseos
sean encarnados por alguien, algún día encontrarán el humus necesario para
germinar. Por eso en 1955, en el mes de marzo, se daba apertura a los estudios
superiores con la Facultad de Agronomía. La espera había dado un buen fruto.
Hoy, 75 años después, la Universidad del Tolima
enfrenta otra batalla, una de las tantas que ha tenido que lidiar en su
existencia. Esta vez el enemigo es universal, se hace llamar Covid-19 y muchos
afirman que llegó para quedarse. Este virus ha logrado lo que no pudieron hacer
los militares, los malos gobiernos, los largos paros, las desfinanciaciones y
otros trastornos que han inoculado la vida universitaria: logró que todos
abandonáramos el campus de Santa
Helena, no sabemos por cuánto tiempo.
Un día normal la noticia se hizo masiva… todos
deberíamos resguardarnos en nuestras casas. Los estudiantes dejaron vacío el
parque Ducuara, las cafeterías aledañas, las fotocopiadoras y los bares. Los
profesores no estarían más conversando entre clases, o degustando un buen tinto
a la entrada de la Universidad. Los trabajadores tuvieron que marcharse con cientos
de folios debajo de sus brazos a realizar «trabajo remoto» desde sus
casas-oficinas.
Todo sucedió de repente, y como dice Silvio Rodríguez
aprendimos que: “Lo más terrible se
aprende enseguida / Y lo hermoso nos cuesta la vida” … entonces, nos tocó
empezar a reinventar la Universidad en la Red. Los acrílicos se volvieron
tabletas, los escritorios se trasformaron en PC. Las bibliotecas mudaron a la
web, las conversaciones al chat. Tuvimos que aprender a encontrarnos en los
espacios virtuales, esos mismos en los cuales quizás estuvo atrapada la
Ordenanza de creación durante 10 años.
Desempolvamos los teclados y nos conectamos al gusano
digital del mundo. Muchos con miedo, prevención y asombro. Otros con
desencanto. Otros creyendo que eso sería pasajero, cuestión de un par de días.
Pero todos atónitos, la Universidad, sus árboles frondosos, sus sedes lejanas
con esos actores que nunca vimos, sus egresados diseminados por el mundo
entero, sus producciones, sus investigaciones, sus conflictos y afujías, su
gente, todo había sido trasladado, como por un acto de magia, al no lugar: La
red.
75 años después del nacimiento nos vemos obligados a
nacer de nuevo. Reinventar los currículos, las prácticas, las interacciones,
las formas de encontrarnos, las formas de hacer arte y hacer ciencia. Todo es
antiguo, pero tiene que hacerse de otra forma, lo cual necesariamente conducirá
a lo nuevo: programas, pedagogías, normatividades, todo parece tener que ser
readecuado.
Quizás ya no podamos visitar las tiendas universitarias,
hacernos debajo de un árbol a leer, jugar microfútbol en el Coliseo,
atragantarnos de calor en los “galpones”, estrujarnos en la fila del
restaurante, pasearnos por el silencio de la biblioteca Rafael Parga Cortés,
mirar el nuevo grafiti que ha inundado las paredes o encontrarnos un rato en
cualquier esquina a conversar.
No sabemos cuándo podamos viajar a uno de los tantos
Centros de Atención Tutorial que tiene la Universidad del Tolima en todo el
país, o la Graja de Armero, o al bajo Calima. No tenemos certeza de casi nada,
solo de que debemos conservar la idea de Universidad Pública, su alto designio,
la de formar y abrir sus escenarios para los más desfavorecidos, esos mismos
que clamaron hace años para que la revivieran de esa muerte transitoria en un
papel. Quizás todo deba ser reconstruido en el espacio de la red. Lo único
seguro, y esto sí es una certeza, es que el Ethos
de la Universidad del Tolima, hoy 75 años después, sigue vivo.
[1] Fuente: Jaime, Beatriz. Fragmentos de memoria. Luchas, tragedia y
vidas que forjaron la Universidad del Tolima. 2018.
Feliz honomástico para la universidad, a pesar del covid, este momento puede significar otro renacer.
ResponderBorrar