Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente IDEAD-UT
Publicado en el suplemento Facetas de El nuevo Día
En el texto que cierra el libro titulado Cuentos de los extremos, se leen los siguientes versos:
Los vidrios, el ladrillo, el cemento, el plástico
se reparten el mundo.
En la esquina hay escrita una historia. (Pérez, 2017,
p. 32)
Se me antoja que en esas tres líneas
se resumen el hilo conductor de esta propuesta que nos presenta Ricardo Pérez,
un libro de relatos que dan cuenta de un tiempo consumido por la cotidianidad,
en donde los personajes, extraídos de la fábrica humana del mundo real, se
entrecruzan con la irrealidad. Este mundo no es ajeno a nuestra mirada, es más
bien un reflejo a manera de espejo urbano que bifurca los días enmarcados por
la soledad o la multitud, qué más da, en ese mundo soledad y multitud parecen
ser sinónimos.
Terry Eagleton, en su laborioso libro
Cómo leer literatura, hablando
específicamente de los personajes literarios, nos recuerda que “Lo artístico,
por consiguiente, está muy cerca de lo ético. Ojalá pudiéramos percibir el
mundo desde el punto de vista de otra persona, porque de ese modo
comprenderíamos mejor cómo y por qué actúa como lo hace” (2016, p. 90); es
decir, que el escritor lo que busca delineando personajes, es tratar de ubicar una
mirada distinta para los problemas reales que agobian su tiempo. Quizás por
eso, se siente una irrealidad cruzando los personajes de Cuentos extremos, como el asesino reflexivo capaz de entender que
la justicia y la condición social son amanuenses del crimen y por eso concluye
que “(…) en el sur pude matar tranquilamente a todas las que quise, porque sin
plata no cuentas igual para la sociedad”. (Pérez, 2017, p. 27); o ese otro
futbolista fracasado que termina en la cárcel y que puede entender su destino
al margen de la sociedad y exclamar: “En este patio en el que somos los
apartados, estamos como en una escuela, acá uno puede elegir perfeccionarse en
el crimen o en otras cosas.” (2017, p. 25).
Esas secuencias narrativas que
propone el autor, hacen que, como lectores, entremezclemos ficción y realidad; así
pasa en el cuento titulado No fumar,
en donde un espectador, que está en el cine, sale del teatro pero se siente
perseguido por la trama de la película; o en Drink Hollywood, en donde la película que se rueda es, al parecer,
la vida misma de la protagonista cuyo guion no es más que el reflejo de su
miserable existencia: “En aquél día se sentía especialmente agobiada por la
vida de farsa que había llevado desde hacía seis años, cuando había empezado a
actuar en películas.” (2017, p. 11)
Así entonces, el tiempo, la
irrealidad, lo cotidiano que agobia y se torna inexplicable o simplemente se
acepta como parte de la existencia, moldea los relatos y construye los
personajes. Todo el libro es, en mi opinión, un guion sobre una mirada al
presente que se interconecta, inexplicablemente, con lo fantástico, como debe
hacerlo la escritura literaria. Solo que nuestras escenas no se podrán repetir
después de que llegue la muerte y grite sin contemplaciones: ¡Corten!
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