Por: Luis Fernando Abello
Lic. Lengua Castellana IDEAD-UT.
Julio
Cortázar, en su polémico libro Rayuela,
instaura una advertencia sin la cual no podemos pasar desapercibidos en su
lectura:
“A su manera este libro es muchos libros,
pero sobre todo es dos libros. El primero se deja leer en la forma corriente, y
termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que
equivalen a la palabra Fin… El segundo se deja leer empezando por el capítulo
73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso
de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente.”
Así
mismo, nos da un “orden” de manera cronológicamente virtuosa y desentendida
para continuar con dicha lectura del escritor argentino. De esta misma manera,
el escritor ibaguereño Carlos Arturo Gamboa, nos advierte, de manera distinta y
diversa a la de Cortázar, que su libro no tiene un género definido, o así lo
hace parecer su lectura, y directamente en su nombramiento cuando de él se lee “Un
juego desgenerado”.
Adentrarnos
a él, significa que estamos expuestos a una “tomadera del pelo” en toda su
sincronía musical y lírica, puesto que hacemos una interacción con un lector no
desprevenido, sino lleno de simbolismo que Gamboa, al igual que Dédalo, generan
una aparente confusión, pero que nuestra risa puede ser una simulación acordada
con el autor para interpretar los textos que de allí subyacen.
El juego de palabras que Gamboa
nos suscita en la intervención literaria, no deja de pensarse como una sátira
en gran magnitud de todo su libro, cuando menciona que “los ángeles
conspiraron… / Y
todos vagarán por la eternidad”. De aquí se desprende el primer poema del
libro, y nos hace partícipes de los cuestionamientos diversos y sátiros que
continuarán en dicha lectura. Paralelamente podemos decir, que el libro se
revela como Lucifer en la revelación de los ángeles, o en John Milton, cuando
menciona, siendo vocero de lucifer “Es mejor reinar en el infierno que servir
en el cielo”.
Y es la angustia que se pregunta Carlos
Gamboa por la modernización que ha dejado de sacralizar la tierra y el propio
cosmos y su escenografía literaria, que se anuncia en los escritos de “La ira
del hombre”.
Dicho sacrificio de lo sagrado por lo
tecnológico, lo podemos, también ver, en el poema de William Ospina, llamado
“Canción de los dos mundos”, donde los autores tolimenses, hacen alusión a la
importancia del sur como epicentro de los acontecimientos histórico como
urgentes y necesarios para el sostenimiento de la sensibilidad humana.
Pero si por un lado el autor nos somete a esa
angustia kierkeggiana, por el otro acude a tomar lo local como universal, en su
segunda parte llamada “Barrio Paraíso”.
En esta parte, ya el hombre debe haberse despojado de lo apolíneo en lo
cual hace parte del primer capítulo y convocar a las solemnidades de lo
dionisiaco y su fiesta desgenerada.
Como hemos mencionado con anterioridad, el
libro toma rumbo aparte para clasificarse en un género literario, puesto que si
está dividido por secciones, se lee como una totalidad de sus desesperanzas,
parecido a una novela en su lectura lineal, pero también encontramos la
inclusión del género literario como el minicuento, en la medida en que se
construye con ironía y sátira, un humor fino para deleitarse sobre su
simbolismo.
El texto no busca definirse entre lo prosaico
o versátil, sino en jugar con esos escombros de vivencia y palabras; desde esa
mirada, no podemos dejar de pensar en otro Borges, cuando escribe el
“verdadero” autor del Quijote, Pierre Menard, de la misma manera, Gamboa
resignifica los simbolismos de ese vecindario, puesto que Noé es un bohemio,
verbo carne, se convierte en vegetariano, Dios mismo, creador de las leyes, es
licitador de organismos de control como la policía, o es una “administrador”
que derriba casas con relámpagos. Se puede decir que ubica en el centro a un
Dios más humano, que tiene erecciones a través de los matorrales, ya que es un
“Voyerista de tiempo completo”.
Es así que la intención nitzscheana se
convierte en palabra con Artefacto Ludens, puesto que está en otro plano
escritural, donde se debe jugar con la seriedad con que jugaba el niño, nuestro
niño.
Finalmente, la comunidad de este libro, del
Barrio, tiene un tinte bíblico-urbano en todo su contexto, mira definitivamente
a la escenografía del sur, y crea nuevos símbolos creados de realidades amplias
para la memoria, que se hace difícil olvidar con una simple lectura, y una pérdida
de memoria.
El juego no solamente está en la lectura,
sino en apropiar la palabra como un juego sin ubicación concreta, pero sincera
de toda la amalgama de insinuaciones literarias que surgen al cobrar nuevamente
una lectura instaurada en el placer de una palabra que huye de la seriedad.
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