Por: Nelson Romero
Guzmán
Poeta colombiano
Publicado en el Suplemento Facetas de El Nuevo Día
La
voz que dice el poema, aquella que lo
invoca a través de la escritura y lo pone ante nuestros ojos, cuando proviene
de la vivencia profunda de una experiencia poética, generalmente lo colma de
otras voces; el poema, entonces, nos golpea con su carga de mundos para
expresarnos otras posibilidades de sentir y de pensar a través de los medios
intuitivos de la imagen, como vehículo de aproximación a la realidad. Por eso
leemos ciertos libros de poesía como si desde sus páginas esas “otras voces”
nos hablaran de distinta manera, con sus poderes metafóricos en comunicación
con aquellas “ínsulas extrañas”, y no desde la postura narcisista del “yo”
biográfico de su autor. De esta actitud despersonalizada de la escritura, el poema
agrega a nuestro mundo una expectativa de diálogo desde la creación de su mundo paralelo, con existencia propia en
sí mismo por obra del lenguaje. 5
arpegios en clave desolación de Carlos Arturo Gamboa, en su conjunto alcanza
el tono de una sinfonía. Por tratarse de un tema, el de la ruina, en su
tonalidad se halla interpretado por varias voces que el libro asume desde una alusión
metafórica permanente al poder como banalidad o fruto vano de la historia
frente a la rompiente de la realidad o al flujo del río de la Historia (así con
mayúscula); pero si algo celebra la poesía, la de Carlos Gamboa, es el poder y
sus ruinas, es decir, también el libro es celebratorio de la ironía marxista de
la metáfora de lo sólido desvaneciéndose en aire. Aquí la poesía llega a ser
ánfora rota del poder, que no obstante surge con la convicción de desvanecerle
el aura a la narración historiográfica. Por eso Juancho surge como una voz
oculta que encarna la protesta del hombre anónimo contra la memoria de lo
oficialmente instituido, para contradecir la pretendida perennidad del poder y
convertirlo en un cuerpo simbólico animalizado de “buitres carroñeros”. Leamos
como lo logra:
VI
Mirad
a Pompeya. ¿Qué queda de su amor
Imperecedero?
Rocas. Ruinas. Silencios.
Y
sobre las ciudades que sepultaron la ira
de
los dioses o velan palomas unicornias
o
buitres carroñeros.
Pero, ¿qué otras voces reencarnan los arpegios? Corinaya,
el Historiador marginal y el roquero. Este roquero surge como una construcción
de la modernidad, escéptico, pero crítico y burlón, además de profundo
vitalista y desmitificador de los valores del mercado. Su prototipo es ser el
revés del rey y del soberano, pero con la nueva actitud del hombre libre desprendido
de su sed de poder, además que encuentra en la música una forma de mutarse en
mito para darse el lujo de descender a los infiernos de este mundo. Es la voz
del rok, el son de sus metales y sus cuerdas, la que rige este apartado del
libro, y por eso el lenguaje resulta más espontáneo, enumerativo, menos
colorido y si se quiere finamente sarcástico y burlón. El poema que sigue
funcionaría como la letra para una banda de rock, además que contiene elementos
propios de una sociedad tecnológica. Este roquero se traspone al mito de Orfeo,
quien descendió a los infiernos para recuperar a su Eurídice, pero en el
ascenso de retorno al mundo de los mortales volvió los ojos a ella y la pierde.
De nuevo lo sólido –esa metáfora de la posmodernidad- desvaneciéndose. Así lo
dicen estos versos que acusan al poeta con la mordacidad merecida: “Los poetas
sólo sirven para algo / después de muertos”. Vale la pena oír esta pieza, a la
que sólo le faltarán los instrumentos musicales:
VII
Morir es olvidar
ser
olvidado.
-
Robi Draco Rosa-
En
vano fue la lucha, ¡vencieron los
efímeros,
murieron los eternos!
Llévame
flores a la tumba para poder
sentir
el olor de la belleza.
Llévame
también una foto del mundo
que
ignoré mientras vivía, una
carátula
del último CD de Emma Shapplin,
cuatro
monedas falsas, un cinturón
de
seguridad para mi largo viaje, un
cigarrillo
mentolado, dos tragos
de
anís agurdientoso, mis zapatos
cansados
de caminos, el sujetador
de
la mujer que nunca amé por el
miedo
a perderte, la risa de mis hijos
a
sus cinco años, un televisor para
matar
el tedio de la eternidad, un
buscapersonas
con el código de Dios, el
Nuevo
Testamento para corregirlo, una
espiga
de trigo para la buena suerte,
los
calendarios de los próximos
cien
años, un cepillo de dientes - Quiero
ser
una calavera bien cuidada-, una
peluca
para asustar los muertos, un
juego
de dados para apostar mis restos,
el
número de lápida del abuelo para
Hacerle
una visita...
Empácalo
todo. ¡Si quieres no vengas,
envíalo
por el correo subterráneo!
Dedícate
a vivir, no malgastes el
oxígeno
en palabras, porque con el tiempo
te
darás cuenta que
los
poetas solo sirven para algo
después
de muertos.
Es
a través de la voz de estos personajes anónimos o marginales, que el libro
asume una postura poética frente al presente: La ruina del poder y, a cambio,
su revés irónico: la glorificación de lo efímero. Aquí la postura crítica del
poema se plantea desde la pregunta absurda del hombre ante el inventario de
falsas conquistas y absurdas esperanzas: “¿y qué quedó de todo esto?” La pregunta misma que es su propia respuesta,
cae en el vacío. Respuesta que se hace más vecina a la experiencia humana en
una de las palabras de mayor marca semántica en el título del libro: desolación.
Más aún, el poder como desolación en su orden material e ideológico; una
desolación que tiene en su revés la impronta de la ilusión del tiempo histórico.
Por eso se hace necesario reiterar la pregunta que hace Juancho en el poema VI
del primer arpegio: “Mirad a Pompeya.
¿Qué queda de su amor / Imperecedero? Rocas. Ruinas. Silencios”. Si
se leen algunos indicios en el libro de Carlos Arturo Gamboa, es claro
visualizar a través de nombres propios de personajes y lugares de la historia,
el inventario que la memoria histórica transfigurada en memoria poética, lo
cual se obtiene cuando se logra templar y poner ante nuestros ojos todo el
lienzo de la lectura: resulta claro mirarnos en la infamia del pasado, pero
algo más infame aún: en el presente seguimos derramando sal sobre la herida. De
ahí el relato que hace el libro de Carlos Arturo Gamboa cuando menciona las
guerras bíblicas del Antiguo Testamento, el imperio romano, Jerusalén, Ítaca,
Canaán, el Oriente; alusiones que precisan ciertos registros claves que
simbolizan la muerte de los poderes por obra del tiempo, pero que luego
resucitan como la serpiente para morderse la cola.
En
ese mismo sentido asistimos como lectores a la resurrección del guerrero
Corinaya, pero, ¿para qué resucita Corinaya, ese héroe de las transformaciones
y los cambios que puede también simbolizar el tiempo? Resucita no para salvar a
nadie ni para ser salvado, sino para ser
burlado, ironizado y fustigado por la voz que habla en el poema desde el
presente, a lo largo del apartado “La resurrección de Corinaya”. El tono de
este arpegio es fuerte y hasta cierto punto despiadado:
¡Levántate y anda!
Miserable hijo de hombre,
¿En dónde están
tus vestigios?
¿Por qué hurtaste
mi historia para venderla
en el mercado de
los seres?
¿A dónde huyeron
tus estatuas de caoba?
¿En dónde navegan
tus barcas lacrimógenas?
Este
poema, construido a través de la pregunta, pareciera desagradecido con la
memoria histórica de ese guerrero criollo, pero el poder es inherente a todo
“Miserable hijo de hombre”. Fíjese en esos puntos de fuga de la pregunta
demoledoras de la conciencia histórica de
“alguien” que resucita para ser fustigado. Esto es lo bello de la
poesía: se formula otras preguntas, invita a otras respuestas, y la metáfora
final de los anteriores versos citados es desoladora: “¿En dónde navegaron tus
barcas lacrimógenas?”. Aquí pensamiento y poesía se entrelazan, como en las
reflexiones de la ensayista española María Zambrano, quien igual se interroga
en “Pensamiento y poesía”:
¿Qué
raíz tiene en nosotros pensamiento y poesía? No queremos de momento definirlas,
sino hallar la necesidad, la extrema necesidad que vienen a colmar las dos
formas de la palabra. ¿A qué amor menesteroso vienen a dar satisfacción? ¿Y
cuál de las dos necesidades es la más profunda, la nacida en zonas más hondas
de la vida humana? ¿Cuál la más imprescindible?
Poesía
y filosofía se reencuentran a través de la pregunta surgida de las “necesidades
más profundas”, de un decir que es un hablar en voz alta. En este libro de
Carlos Arturo Gamboa el habla interrogativa fustiga y quema la voz del presente
en los personajes con nombre propio o enmascarados en las alusiones que el
lector debe inferir. En suma, este libro teje la memoria a través de un
conjunto de voces anónimas, orilladas en la historia. La poesía misma llega a
ser pérdida de lo vital espiritual, expulsada de la memoria colectiva para ser
“una sombra / al final del siglo luminoso”. Si la poesía fue una dádiva en la
época clásica, hoy se aloja en la metáfora del oficio de las sombras, como si
su labor terrenal fuera el de ocultar la luz al final del túnel. De ahí la
tremenda ironía que erige este libro haciendo de la poesía su propia víctima.
Es como si alguien aquí escribiera un libro de poesía para negar la poesía: “El
poeta: ¡perfecto diseño para / falsear el mundo!”. Pero nada es el poeta si en
sus entrañas no resuena –parafraseando a Walter Benjamín- el sordo aleteo del
Ángel de la Historia. Este es un libro que celebra irónicamente a la historia.
Mi lectura es una aproximación, para que los lectores que me continúen hagan
también la suya. Libros como 5 arpegios
en clave desolación, se abren a múltiples posibilidades de lectura.
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