Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Catedrático Universidad del Tolima
Secretario ASPU-Tolima
En 1988, antes de la muy famosa y muy
lesiva Ley 30 de 1992, se publicó el
texto titulado La universidad a la deriva[1],
el cual planteaba una serie de interrogantes sobre el futuro de la universidad
pública, los cuales hoy, 25 años después, siguen latentes y sin respuesta.
Desde entonces la universidad ha seguido, ya no tanto a la deriva, sino más bien
timoneada por los intereses del macro-mercado internacional, cada vez más lejos
del puerto en dónde su «razón de ser» espera, como Penélope, la llegada de un
Odiseo que se perdió en las aguas turbulentas del capitalismo de los servicios.
La situación de la educación pública
en general es compleja, pero casi siempre lo complejo es de una sencillez desconcertante¸
y en ese marco de reflexión el futuro que le espera a la Universidad Pública
está condicionada a los avatares de un Estado cada vez menos autónomo y por lo
tanto, heterónomo a las disposiciones del mercado. La cuestión no es de diagnósticos,
consiste en «desobedecer para existir» o de subordinarse para desaparecer. Al
contrario de lo que creen muchos tecnócratas de turno, quienes mediante
argucias discursivas elaboran leyes, decretos y resoluciones para dar cumplimiento
a los mandatos del Banco Mundial y demás estamentos del orbe-poder, la cuestión
de la existencia de la Universidad Pública radica en abandonar el cauce de los
ríos predeterminados y proponerle nuevas rutas. Obedecer las disposiciones es
convertir la Universidad en un centro de reclutamiento en donde sólo se aprende
lo que será usado en la guerra del conocimiento, por eso se invoca la
eficiencia como principio regulador del aprendizaje. Desobedecer es
reinventarse. El problema es que nadie quiere hacerlo, al menos los que regulan
la educación a nivel nacional, incluyendo el MEN, Colciencias, el ICETEX, el
ICFES, y por supuesto los rectores. Todos estos entramados de los eslabones del
poder sólo obedecen y garantizan la desaparición de la Universidad Pública, así
la sigan llamando igual.
«Desobedecer para existir» es la gran
lección al margen de la historia del capitalismo; sólo pervive aquello que responde
a la necesidad de construir una mejor sociedad, lo demás es tragado por la
máquina tragamonedas que todo lo transforma en capital constante y sonante. Pero
lo que no entra en la lógica del capital es tildado de subversivo, anacrónico,
terrorista; por eso hoy estos calificativos acompañan a quienes claman por educación
gratuita, currículos descolonizadores y transformación social. Al contrario,
los grandes adalides de la educación son quienes siguen el plan “B”:
acreditaciones a los estándares del mercado, diseño de currículos por
competencias, incremento de posgrados amparados en la flexibilidad, venta de servicios
(diplomados, cursos, créditos), internacionalización de la academia a costa de
la construcción de saberes para la solución de los problemas del contexto y
demás conceptos que no son más que la traslación sin argumentación del lenguaje
empresarial al mundo académico. El plan “B” de las Universidad Públicas no es más
que cumplir con el mandato del Plan Bolonia; y el plan Bolonia responde a la
lógica del mercado, razón de la cual se infiere…
No existe un proyecto de nación sin
su soporte vital en un plan educativo, pero como el propósito consiste en
seguir sumidos en una eterna heteronomía, seguiremos conduciendo nuestro barco
a las costas de la mediocridad; esto no parece importarle a muchos, mientras
nuestra embarcación tenga el permiso “acreditado” de los capitanes del capital.
En 1994 Colombia tuvo la selección de fútbol “mejor
acreditada” de la historia y en el mundial de fútbol en EE.UUU ejecutó uno de
los más grandes fiascos futboleros. Quizás no se haya estudiado mucho el principio
fundante de su técnico Francisco Maturana: “perder es ganar un poco”, pero si
pensamos en ello y en el porvenir de la Universidad Pública, es mejor no
imitarlo, porque en este caso «perder es perderlo todo», y es preferible desobedecer
la lógica del mercado que subsumirse a ella, a no ser que la bitácora que guie
nuestra embarcación sea la de entregarle al mercado uno de los bastiones de la
libertad del pensamiento (hoy casi totalmente enajenado); entonces el plan “B” sería
el mejor, no para nosotros, sino para ellos, los amos del mercado.
[1] Escrito
por: Luis Enrique Orozco Silva, Rodrigo Parra Sandoval, Humberto Serna Gómez. Tercer
Mudo Editores.
Bien carlos Arturo por esas reflexiones sobre el Plan B. Cordial saludo de Héctor Edo. Esquivel
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