Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
En el siglo de las redes sociales muchos se hacen
virales por hacer o decir pendejadas, y una rectora de colegio no puede ser la excepción.
Claro está que un colegio llamado Misael Pastrana Borrero puede genera ceguera
constitucional y el fantasma de dicho señor, que se debe pasear por las
azuladas aulas, perpetrará los murmullos de una sociedad pacata, goda, llena de
prejuicios y presta a imponer las normas obsoletas de siglos pasados.
La rectora, cuyo nombre podría ser “Tronchatoro”,
pero que fue bautizada como Olga Narváez, sin ningún asomo de habitar el siglo
XXI y sin vestigios de conocer la Carta Constitucional de 1991, se atreve a
predicar, como si fuese una guardiana del campo de concentración educativo, que:
“Queda totalmente prohibida la
pérdida del año, el encuentro de amoríos, noviazgo […] traer cualquier tipo de
(implemento) tecnológico, ningún celular. No se aceptan estudiantes con
cachucha (gorras), con suéteres de todos los colores, con pelo largo ni de
todos los colores, ni con piercings, ni con joyas finas”.
En otras palabras, ella quiere una escuela sin
niñas y niños, sin jóvenes y jovencitas o la menos sin los del siglo XXI. Ella,
al parecer desea ser una profesora del Monasterio de las Monjas de Torquemada. Nada
de los postulados educativos le importa a Narváez, que por supuesto jamás tuvo
que haber leído a Freire a quien quizás confunda con una marca de freidoras.
Mientras miles de escuelas en el país se rasgan
los cabellos en agonía, tratando de motivar a los niños y jóvenes para que
retornen a las escuelas y colegios, la rectora exclama sin rubor en su
rechoncho rostro que:
“El estudiante que no acepte la institución,
simplemente no le sirve, no matricule a su hijo si no quiso cortarse el pelo, la
institución no le sirve.”
No faltaba más, iguazos, a estudiar en las
instituciones de la ralea, que esto es para gente de bien. Como el señor John Poulos,
bien peinados, bien vestidos, con la camisa por dentro, pelo corto y con los
zapatos brillantes. Tocará proponer al Magisterio colombiano que cree el premio
Olga Narváez para otorgar a las instituciones que ayuden a combatir con ahínco
la deserción estudiantil.
Qué diría el poeta José Eustasio Rivera, nacido en
San Mateo, en lo que hoy es el municipio de Rivera (Huila), en donde habita y
gobierna esta reencarnación de la Santa Inquisición. Quizás se podría parar en
mitad del patio del vetusto colegio y mirando a las señoras que aplauden los
dislates de Narváez, volver a exclamar aquel bello poema:
Loco
gasté mi juventud lozana
En
subir a la cumbre prometida
Y
hoy que llego diviso la salida
Del
sol, en otra cumbre más lejana.
Aquí
donde la gloria se engalana
Hallo
sólo una bruma desteñida;
Y
me siento a llorar porque mi vida
Ni
del pasado fue… ni del mañana.
Luego, de nuevo, huiría morir en Nueva York.
La caverna siempre está ahí: acechando
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