Por: Carlos Arturo Gamboa
B.
Docente Universidad del
Tolima
El deterioro de
la salud mental es como un fantasma que se pasea por la ciudad, los centros
comerciales, los parques, la universidad. Se instala en las mentes, corroe los
cuerpos y asfixia la cotidianidad. Está ahí latente, sentimos su presencia,
pero, en la mayoría de los casos, estamos impotentes ante sus consecuencias y
ni siquiera conocemos sus causas.
Según Medical
News Today: “El cuidado de
la salud mental puede preservar la capacidad de una persona para disfrutar de
la vida. Hacer esto implica alcanzar un equilibrio entre las actividades de la
vida, las responsabilidades y los esfuerzos para lograr la estabilidad
psicológica”. Y ese equilibrio precisamente es el que está
en riesgo y el riesgo aumenta ante la inoperancia de las instituciones
encargadas de generar acciones que preserven la salud mental comunitaria.
En
países como el nuestro, el cuidado de las emociones no está en las
priorizaciones de las mayorías de proyectos de vida, sólo un pequeño grupo es
consciente que este aspecto es vital para un buen vivir. ¿Y qué afecciones
ponen en riesgo el equilibrio emocional? Los más importantes son el estrés, la
depresión y la ansiedad, un tridente de mucho cuidado.
Una
vez terminado el periodo de cuarentena por efecto del coronavirus, todos empezamos
a retornar a los espacios colectivos sin ni siquiera pensar qué tanto habíamos
sido afectados por esos dos años de encierro, pantallas, teletrabajo, estudio
mediado y disrupción de la vida cotidiana. Se puede decir que pasado el encierro
asistimos a un estado de estrés postraumático, ya que este puede ocurrir “después de que una persona experimenta o es
testigo de un evento profundamente estresante o traumático” (MNT). El
pánico, el miedo generalizado, el temor a morir, el aislamiento y muerte de
familiares o personas del entorno cercano, el vacío total de la incertidumbre y
muchos aspectos más, hicieron que el periodo de cuarentena fuera traumático
para millones de seres cuya realidad quedó encerrada en una pantalla de PC o TV.
Volver
a los espacios abiertos, las oficinas, las calles, el mundo del habitad
moderno, trajo consigo el aumento del deterioro de la salud mental. Durante el
confinamiento circularon informaciones importantes para cuidar las emociones
colectivas. Las familias encerradas se fueron adaptando a una nueva manera de
ser y estar, descubriendo en gran medida que se podían continuar realizando las
actividades propias de las mayorías de los oficios. No obstante, un día
cualquiera, de nuevo fuimos llamados al retorno, como soldados que regresan de
la guerra.
David
Anderson, director del School and Community Program del Child Mind
Institute, afirmaba, cuando
empezamos el retorno a los espacios escolares, que es frecuente que los más
jóvenes sientan un particular cansancio para retomar las actividades de la
antigua normalidad, entre ellas, los horarios los compromisos presenciales y
otras. El psicólogo analizaba la afectación en la población estudiantil,
pero podemos extrapolar estos mismos síntomas, para nuestro caso, en los docentes
y el personal administrativo de la Universidad del Tolima.
Un
ejemplo claro de ello es que, durante el primer semestre de retorno a labores
académicas con encuentros presenciales, en el Instituto de Educación a
Distancia de la Universidad del Tolima, renunciaron a sus clases cerca de 130
docentes, más del 10 % de la población total de catedráticos. Muchos afirmaron que ellos podían asumir los
cursos si seguían mediados por TIC, pero que no querían retornar a los campus de
manera presencial.
En esa misma línea, ya hace un año que Nubia
Bautista, subdirectora de Enfermedades No Transmisibles del Ministerio de
Salud, advertía, refiriéndose al retorno, que:
Es posible que esto genere estrés en algunos
trabajadores, ya que se trata de un nuevo proceso de adaptación, que incluye
preocupación por el riesgo de contagio, incertidumbre por la efectividad de las
vacunas. También es posible que algunas personas hayan adaptado su vida
familiar al trabajo desde casa y ahora les resulte difícil cambiarlo. Algunos
estarán ansiosos por volver a la presencialidad, otros tendrán mucha
resistencia o les costará mucho hacerlo. (2021)
No
obstante, son pocos los programas diseñados, sobre las bases de estas
predicciones, para mitigar el estrés de los empleados; la mayoría de las
Instituciones simplemente “ordenaron” el retorno sin reparar demasiado en las
problemáticas de la readaptación.
Es
por esa razón que estamos atravesando por un delicado momento en donde la salud
mental de las comunidades está en constante deterioro. El estrés rutinario, el
agravamiento de la crisis económica mundial, la falta de empatía generalizada y
la ausencia de una atención contundente, ha generado un gran caldo de cultivo
de mal vivir emocional.
En
el caso de la Universidad del Tolima son varios los síntomas que claman medidas
inmediatas para que podamos establecer un mejor bienestar emocional. Los
tejidos colectivos se rompen cuando las cargas laborales se convierten en un
agobio constante debido a la falta de un adecuado ambiente emocional. Claro
está que la tarea es de todos y todas, no se trata simplemente de “pedir” o
“exigir” acciones y actividades que conduzcan al mejoramiento del ambiente
laboral, se trata de entender la salud mental como una obligación de la
comunidad en general. Cuidar nuestras emociones es un deber colectivo. Eso sí,
se espera que los líderes, directivos y especialistas sean quienes tomen la
iniciativa, nada se soluciona metiendo la cabeza en la tierra para no ver el
llamado contundente de la realidad.
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