Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Rápidamente
se hizo viral un tuit de Gustavo Petro en donde invita a gobernadores y
alcaldes a disponer de lotes saneados para construir sedes universitarias y así
darle cabida a su propuesta de convertir a Colombia en una sociedad de conocimiento.
Sin haber tomado posesión, Petro anuncia que las promesas de campaña se
convertirán en políticas de Estado, algo fundamental para unir el país y derrotar
definitivamente el discurso del miedo que la oficialidad se niega a soltar como
banderita de batalla.
Lo
que diré a continuación no es nada nuevo, son viejas discusiones en torno a la definición
de hacia dónde se debe encaminar la educación pública en Colombia. Estos
debates los hemos dado desde la década de los noventa, no más aprobada la Ley
30 que ya se avizoraba, en su primera infancia, como un remedio peor que la
enfermedad. Se dio en movimientos posteriores como la recordada MANE, en el
gran debate nacional de la Constituyente Universitaria, en las organizaciones
estudiantiles, en cientos de Asambleas Universitarias, en el Seno de la
Asociación Sindical de Profesores Universitarios, en fin, en mil eventos. Lo
nuevo acá es el presidente y el enfoque que le va a dar a la educación del país
¿hacia dónde virar?
Construir
nuevas universidades públicas en un país en donde el acceso total a la educación
es una utopía, es más que plausible. Miles de jóvenes, pero también adultos, porque
la formación superior debe recuperarse como derecho para todos, tienen aplazados
sus sueños de educación universitaria. Pero ese proceso, que como se puede
intuir de manera fácil es un plan a mediano plazo, debe ir acompañado de acciones
inmediatas que oxigenen el sistema educativo y lo dispongan para contribuir a
diseñar el devenir.
En
el caso de las Universidades Públicas es urgente dar respuesta a las necesidades
de inversión en infraestructura, dotación tecnológica y fortalecimiento de la
labor docente. El mundo pospandémico nos ha generado una nuevas dinámicas y
retos a los que se debe responder con audacia. La política de gratuidad
educativa (lo que existe no es una política) debe ir acompañada de una
considerable inversión en planes de permanencia estudiantil, en fortalecimiento
del bien-estar de la población universitaria para que se pueda “estudiar
sabroso”. Pero también toca invertir en tecnología de punta, laboratorios, escenarios
culturales y deportivos, abriendo los campus a las nuevas formas de
aprendizaje, con plataformas interactivas y simuladores en todas las
disciplinas. Esto es urgente, porque la brecha del conocimiento se ensancha cuando
no se reacciona de manera inmediata.
Otro
tema urgente para las universidades tiene que ver con las políticas
Ministeriales y sus organismos de control que tienen ahogadas a las
universidades con indicadores, lineamientos y políticas obtusas, como los de acreditación,
o el Decreto 1279 del régimen salarial de los profesores. Estas proliferaciones
de normas no responden a la realidad colombiana, en su mayoría son
importaciones deformadas de otros contextos, que buscan cumplir las exigencias
internacionales pero que lejos están de atacar los males endémicos de nuestras
necesidades educativas.
Lo
que debe promover el MEN y demás organismos afines es la actualización de los programas
de formación, la cualificación de los actores y la proliferación de programas pertinentes
para el desarrollo nacional y regional. Para ello se deben motivar los nuevos
enfoques de formación, programas pensados para la vida, la convivencia, el
desarrollo sostenible, la producción rural y urbana, programas que permitan consolidar
el país como un escenario para productividad solidaria.
Igualmente,
en el campo de los posgrados, fortalecer “las investigaciones” con escenarios
reales para que el conocimiento genere el impacto en la transformación de los territorios,
las geografías y los problemas de la cotidianidad. Miles de estudiantes que
lograron su formación en pregrado esperan oportunidad de avanzar en sus
procesos formativos, la oferta del país es escasa, costosa y en muchos casos,
poco pertinente para las necesidades urgentes. En esa misma línea, se debe
promover y fortalecer los modelo de la educación a distancia, la educación
virtual, la formación técnica y la educación continuada, así se construyen
pilares de diversidad para que los ciudadanos puedan escoger sus propias líneas
de formación.
Un aspecto vital consiste en reformar la
carrera docente, se hace necesario establecer un sistema que le permita a los
niños y adolescentes tener la mejor educación posible, con infraestructuras adecuadas,
pero con los mejores docentes. Dignificar y delinear la carrera docente permite
que el profesor en Colombia deje de ser un profesional del rebusque, para
convertirse en actor fundamental de la transformación política, cultural, científica
y económica de la nación.
Quizás
quedarán muchas otras líneas en el tintero, pero es urgente que los docentes, las
universidades y sus actores, así como las Instituciones Educativas de toda
índole, generen debates, propuestas y se activen en la dinámica de
transformación educativa. El equipo que Gustavo Petro designe para liderar
estos procesos debe tener claro este panorama, lo urgente y lo estructural, para
dar respuesta a ese sentir colectivo de tener un país con mayores índices de
formación en todos sus niveles.
Bien
vale la pena recordar esa frase de Mandela que tantas veces hemos visto en las
marchas de los jóvenes exigiéndoles a los gobiernos de turno: “La educación es
el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, pues hoy más que
nunca, en Colombia, se debe dimensionar la potencia de su significado.
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