Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
Docente
Universidad del Tolima
De nuevo se
agitan las aguas en las Universidades Públicas. La alarma fue activada por un
viejo problema, que como un tumor convive con el Sistema de Educación Estatal desde
inicios de los años noventa, la desfinanciación.
Lentamente las
universidades públicas han ido deteriorándose. Física y académicamente. Mientras
el sistema mundo, la sociedad y los gobiernos de turno le reclaman mayor
impacto, más calidad, mayor cobertura y mejores indicadores, las universidades
pasan afujías para cumplir con lo básico del día a día: el pago de sus nóminas administrativas,
el salario de los docentes y una poca inversión en infraestructura e
investigación.
Las transferencias
cada vez son menores, de parte del gobierno central y de parte de los gobiernos
locales en el caso de las universidades de corte regional. Por eso muchas andan
en el rebusque, sin aumentar el costo el de matrículas, porque allí se forma la
población menos favorecida, cerca de 600.000 colombianos.
Poco tiempo para
pensar la academia tienen hoy los directivos académicos de las universidades, deben
estar hurgando aquí o allá para obtener recursos. El Estado parece desatendido
de esta complejidad problemática. ¿Ignora acaso la importancia de un saludable
sistema educativo para la reconstrucción del país? Queremos ser un país de
punta con una educación de retaguardia. Eso es imposible. Miremos el mundo y
obtendremos evidencias.
Hemos sobrevivido
durante décadas en un tira y afloje entre las comunidades universitarias y los
gobiernos de turno para que asuman la responsabilidad de la educación con todos
sus bemoles. Paros, marchas, ceses de actividades, cierres temporales, desmanes,
atropellos, muertos, detenidos, desapariciones y mil acontecimientos más hacen
parte del inventario de una lucha por sostener la educación de los más pobres. Jamás
hemos recibido del Estado lo merecido, siempre hemos trabajado con las uñas. La
educación en Colombia ha vivido 200 años de soledad.
Y si al problema
de la desfinanciación de la universidad le sumamos los otros: la corrupción, la
politiquería, la mercantilización, la desvalorización del saber, la primacía
del capital sobre el conocimiento, la cosificación de la formación y muchos
otros, llegaremos a la conclusión que la universidad apenas sobrevive y su
condición es la crisis permanente.
Por eso hoy
cuando nos convocamos de nuevo a defender la Universidad Pública, sentimos que
esta crisis ya la hemos vivido. Esto es un dejá vu.
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