Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Nadie sabe a
ciencia cierta quién propuso construir la puerta, lo único certero en esta
historia es que hubo tiempo en que la entrada estuvo libre de ese obstáculo
para los transeúntes. Como suele suceder
con las cosas o fenómenos que trastocan nuestra existencia, una mañana la
puerta estaba ahí. Los primeros en advertirlo fueron los vigilantes, quienes se
vieron supeditados a cuidar un lugar que ninguno reverenciaba. Si a nadie le
preguntan sobre la conveniencia de una puerta, nadie la respetará, aunque todos
sabemos que desde niños el sistema nos enseña a obedecer a todo, menos a las
puertas. Las puertas sirven para entrar, pero también para huir, en ambos casos
deben estar abiertas.
La primera
puerta era de metalistería rudimentaria. Salió de algún taller sin haber sido
favorecida por la pintura, aunque pasaba inadvertida para la mayoría. Fue un
lunes lluvioso cuando tomamos conciencia de la puerta como un lugar de
referencia. Tres muchachos con cara desleída y cabellos largos la habían
bloqueado con cadenas y candados, a cambio de abrirla pedían tres balones de
voleibol y una malla. La puerta duró bloqueada medio día.
Mucho tiempo
después la puerta empezó a usarse como medio de comunicación. Sobre sus
columnas oxidadas se pegaban carteles invitando a una fiesta, a un evento o a cualquier
tipo de acto que estuviese destinado a hacerse de puertas adentro. Después
supimos de la puerta porque una noche un anarco-funcionario borracho la
franqueó ante la negativa de los vigilantes, entonces comprendimos que las
puertas no solo se abren y se cierran, sino que también se saltan.
Para un 8 de
junio la vieja puerta llegó a su fin. Una tanqueta de la policía la hirió de
muerte, mientras por sus fisuras corrían despavoridos muchachos en busca de
refugio. Sus escombros quedaron a la deriva de las miradas durante días. Con
nostalgia recordamos que parados en esa puerta algunos muchachos consiguieron
recursos para ir a conocer el mar, otros lograron tapar las goteras de sus
dormitorios, las damas ganaron una falsa promesa de futuro y muchos otros
elaboraron sus listas y peticiones, mientras extendían cadenas y candados en su
estructura.
Un mes después
la nueva puerta dominaba el paisaje. Esta vez el forjador de hierros había
invertido mayor esfuerzo en su tallaje. La pintura que cubría su resplandor era
de un negro sólido, como las columnas que sostenían los anclajes. Pero el negro
fue reemplazado por el color de los hombres de verde que la asaltaron el lunes
siguiente. A los quinces días fue pintada de rojo por los hombres del mismo
tono. Un mes después se tornó amarilla y al mes siguiente fue pintada de blanco
por un grupo de mujeres que exigían apoyo para un proceso de paz; y así, de mes
en mes, de quincena en quincena, la puerta se fue pintando de mil colores,
hasta que ya no le importaba a nadie. Los transeúntes solo se limitaban a mirar
de lejos el color de la semana, suspiraban profundo y luego se devolvían,
sabían con certeza que esa puerta garantizaba siempre un ilusorio triunfo para
sus ocupantes.
Hace un par de
meses la cálida mañana nos sorprendió con la noticia: la puerta no estaba.
Nadie supo qué pasó. Nadie sabe de su paradero. Lo cierto es que desde entonces
ninguno volvió a protestar. No hay lugar para la disidencia y los transeúntes
habituales ya no distinguen si están entrando o están saliendo. La mayoría
parece feliz en medio de un paraje sin colores. Anoche, el anarco-funcionario
borracho llegó con el ánimo de franquearla, al no encontrar obstáculo alguno se
devolvió. En su cara se dibujaba una tristeza.
Mirando la puerta de la Universidad del
Tolima
Ibagué, Febrero 18 de 2016.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Exprese su opinión, este es un sitio para la argumentación