Por: Carlos Arturo Gamboa B.
El segundo semestre del 2015
terminará dejando la región Tolima con muchas expectativas. Con tantas
elecciones de por medio y con el sistema democrático devastado por las
anomalías que ya se hicieron costumbre, y en muchos casos ley, el panorama no
es apto para aprendices de brujos, menos para analistas políticos. Y en medio
de ese turbulento panorama, la única universidad pública en muchos kilómetros a
la redonda, naufraga en la incertidumbre. Veamos algunos factores de dicha
inseguridad.
Reelegido rector en medio de la
crisis. La terquedad del sistema consiste en seguir avante por encima de
las crisis. Se alimenta de ellas. Vive con ellas y las genera para subsistir.
La idea de que nada se puede cambiar ya se interiorizó en casi todos los
sujetos adormecidos del siglo XXI. Ahora se tiende a elegir el mal menor, al
menos eso nos hacen creer los que vociferan en pro o en contra de los “candidatos”.
Esa lógica imperó en la reelección de Herman Muñoz Ñungo como rector del Alma
Mater de los tolimenses. Ahora el profesor Herman llega con una crisis innegable
a sus espaldas, la cual posee varios ribetes. Es financiera, es académica y,
sobre todo, es de legitimidad ante grandes sectores de la comunidad
universitaria y la región. Ya no es la figura insigne que se nos presentó en su
primer periodo, ahora está precedido de sus actos, y según el sentir colectivo,
está en deuda. ¿Dará un viraje a su fatal política de acreditación por encima
de la realidad? ¿Dará espacio a los sectores que quieren construir universidad
desde un pensamiento crítico, diverso y plural? ¿Seguirá rodeado de su pequeño
séquito de aduladores y burócratas leguleyos negándose a colectivizar lo
público? ¿Seguirá obedeciendo ciegamente a las políticas del MEN, de Conaces,
de Colciencias y demás órganos que petrifican la posibilidad de un proyecto
educativo público para la construcción de una nueva región? Difícil creer en un
cambio, hasta ahora sus actos han demostrado responder a un cerrado círculo de poder,
obediente a las políticas gobiernistas, alejados de la posibilidad de activar
la comunidad hacia una reinvención de la Universidad del Tolima. En ese
sentido, el panorama es oscuro.
El próximo gobernador es Barreto, un burócrata depredador quien fungirá como presidente
del Consejo Superior Universitario. Recordado por negarle las transferencias
de ley a la Universidad del Tolima, devorador de lo público y con ocho casos de
investigación a cuestas, este personaje gana unas elecciones de manera
apretada, para fungir de nuevo como máximo gobernante de un departamento ad portas de un cierre de proceso de
paz. Con su prontuario no debería presidir el Consejo Superior, debería
declararse impedido éticamente para ello. De su gobernación anterior solo se
recuerdan hechos negativos para con la Universidad del Tolima; su alfil
burocrático, Mauricio Pinto, apenas se ocupó de entablar relaciones clientelares,
incluso con algunos sectores hoy cercanos a la administración de Herman Muñoz. Eso
es lo bueno de tener memoria. ¿Qué puede esperar la Universidad del Tolima de
este gobernador? Nada positivo, quizás quiera enviar su séquito de busca-puestos para
darle trabajo temporal a su larga lista de lagartos, algunos de los cuales ya
pululan por los pasillos de lo público inventariando oficinas. Enemigo
declarado del proceso de paz, cercano a los señores de la guerra, el gobernador
solo querrá poner contra las cuerdas a la Universidad y sus proyectos; a quien
no le interesa la paz, ¿qué le puede interesar la educación pública del futuro?
En ese sentido, el panorama es oscuro.
Guillermo Alfonso Jaramillo, un alcalde de corte progresista. Cuando
el próximo alcalde de Ibagué fue gobernador, no le aportó mucho a la
Universidad del Tolima. Unas pequeñas transacciones de ley, que se
hicieron condicionadas, fue el gesto para con el Alma Mater. Ahora llega con
muchas expectativas, al menos para la villa de los Ocobos y sus votantes, y promete
cambios radicales, que sin lugar a dudas son necesarios para empezar a curar el
cáncer politiquero que se tragó la ciudad. En ese escenario, la capital musical de Colombia
le debe mucho a la Universidad del Tolima, es allí en donde miles de jóvenes se
han formado y se seguirán formando, sin que el gobierno municipal hubiese
tendido una mano a su frágil existencia. Es el momento para que la ciudad y sus
dirigentes piensen en la universidad pública y así tejer esfuerzos en beneficio
de la recomposición económica, social y política de la capital de los
tolimenses. Es posible entrelazar esos lazos, aportarle recursos a la
Universidad del Tolima, y en contraposición pedir que esos saberes que dormitan
en las aulas se vuelquen hacia la ciudad, con proyectos de investigación en formación
política, apoyo cultural, estudios de impacto, y demás aspectos que permitan al
claustro ser protagonista de los destinos de la región-ciudad. En ese sentido,
el panorama no es claro, pero si los intereses progresistas de Guillermo
Alfonso son reales, ahí tiene un camino despejado para encontrar apoyos y, de
paso, retribuirle a la Universidad muchos de sus esfuerzos.
¿Y la comunidad qué?
Cuesta reconocerlo, pero si algo inmoviliza la Universidad del Tolima es la
apatía y el acomodamiento del conjunto de sus integrantes. Un profesorado, en
su mayoría, dedicado a transferir saber cómo si estuviese anclado a la ley del mínimo
esfuerzo, alejado de las discusiones políticas, pendientes de las prebendas del
gobernante de turno y sumiso a las políticas del Estado. Un estudiantado
adormilado, encerrado en las aulas o en las redes sociales, desconfiado e
inactivo frente a la política, pasajero de la universidad y sin conciencia de
futuro. Un funcionariado preocupado por sus cotidianidades personales, carente
de una visión de lo público y esperando acomodarse en la escala burocrática. No
son-mos todos, pero es lamentable que sí sean las mayorías. En ese sentido, el
panorama es oscuro.
Alfred Hitchcock
solía definir el suspenso como un hombre sentado tranquilo en su casa, mientras
debajo de su sofá tenía una bomba a punto de estallar; el público lo sabía, él
no. Pues en el caso de la Universidad del Tolima la mayoría sabe la existencia
de la bomba, aunque es cierto que algunos dormitan en las aulas y en las oficinas,
pero es innegable que debemos movilizarnos antes de que los espectadores vean
volar por el aire los pedazos del Alma Mater, y con ellos la promesa de formación
para millones de jóvenes.
¡Corten!
Estimado Carlos lo felicito, que buen artículo, el nombre le queda como anillo al dedo y el contenido más que diciente.
ResponderBorrarSaludos.
Alberto Delgado Cortes