Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Hace algunos
años en una reunión institucional en la cual se trabajaba sobre el tema de la
cultura organizacional, quien lideraba el ejercicio preguntó sobre los
fines y principios de la educación. La mayoría de los asistentes expresamos
nuestras ideas las cuales fueron listadas de manera tal que al final teníamos
un tablero lleno de adjetivos. Luego fueron agrupadas por categorías, puesto
que muchas eran sinónimas entre sí. La palabra que más apareció fue: «crítica».
Dicha palabra fue incluida posteriormente en un ejemplo de misión que esbozamos
entre los asistentes. En medio de la discusión de cierre realicé una
observación sobre cómo los discursos educativos se llenan de conceptos que a
veces no comprendemos del todo. La mayoría de los asistentes me miraron
desconcertados, estaban felices con el ejercicio, pero nadie me contradijo. Más
adelante levanté de nuevo la mano, noté que esta vez los asistentes, incluyendo
a quien lideraban el supuesto “debate”, expresaban en sus rostros una amarga
inconformidad: “Tranquilos, le dije, si quieren no pregunto, pero entonces sugiero
saquemos la palabra “crítica” del texto de la misión”.
La anécdota aún
me sigue rondando y cuando veo mis estudiantes sumisos ante las supuestas
verdades que emitimos los docentes, me atormenta más y se vuelve pregunta: ¿por
qué somos incapaces de cuestionar o aceptar que cuestionen las figuras paternas
del conocimiento? No creo que exista una ciencia, disciplina o saber que no
haya develado un error sobre el cual se sostenían ciertos aspectos de su
formulación, dicho en otras palabras, no se puede avanzar en un conocimiento si
no se cuestionan los existentes. En las denominadas ciencias exactas esto puede
ser fácil de entender, pero no ocurre lo mismo cuando cuestionamos enunciados
del mundo de la vida, de las ciencias humanas y sociales, o simplemente cuando
refutamos nuestra cotidianidad.
La educación actual
casi se trata solamente de trasmitir supuestas verdades que aceptan quienes las
trasmiten, aún sin haberlas cuestionado; y de esa manera se hace cada vez más
enorme la bola de nieve de nuestra conformidad a priori del mundo, sus fenómenos y las perspectivas del mismo.
Conozco autores que construyen discursos “críticos” sobre la educación pero sus prácticas son de total sumisión, lo que en términos reales no vendría siendo
una postura crítica, puesto que el enunciado requiere reafirmación en la
acción.
La figura
paterna del conocimiento es nociva para la construcción de un nuevo
conocimiento. No contradecir al maestro, por el simple hecho de creer que
porque ostenta un mayor grado académico tiene la verdad, es comparable a
aceptar que la tierra es plana para no ser tildado de hereje. Las sumisiones
del siglo XXI se premian con diplomas, las herejías se castigan con expulsiones
de las cofradías del conocimiento. Lejos estamos de la construcción colectiva
de una sociedad predispuesta al uso del pensamiento crítico, por eso aun
miramos con recelo a quien levanta la mano para interrogar al poder, sea este
simbolizado en el docente, en el dirigente político, en el científico, en el
padre o en el jefe que dormita en la oficina al lado de sus verdades. En algún
lado Piaget escribió que uno de los objetivos de la educación era “formar
mentes capaces de ejercer la crítica, que puedan comprobar por sí mismas lo que
se les presentan y no aceptarlo simplemente sin más”, estoy de acuerdo en ello,
aunque muchas de sus otras posturas sean criticables y sus seguidores se incomoden.
Que buen ejercicio
sería para la educación recuperar la conjetura, la pregunta, el acertijo, la
inconformidad, para que cuando le diga a mis estudiantes: «saquen una hojita y formulen cinco
preguntas», no me miren como si estuviese loco. Debemos ejercer la crítica,
sobre todo en educación, si queremos ayudar a reconstruir el pensamiento
social, insumo básico para el cambio real.
Muy buen artículo, te felicito.....
ResponderBorrarLuis Eduardo Chamorro Rodriguez
Hola Carlos, muy buen día, hoy pude leerte tuve este tiempito, me parece muy interesante tu escrito, sobre este tema tengo varios comentarios que a continuación te comparto:
ResponderBorrar1. Cómo se explica la pedagogía de la pregunta, sí ésta no tiene el espíritu de reconstruir, de conectar dos estadios mentales de los actores en el proceso pedagógico?
2. Cómo es la postura y la intencionalidad del que pregunta?
3. Cuál es la postura del docente ante la pregunta?
4. Cómo es aceptada y aplicada la retroalimentación como respuesta valorativa de la pregunta?
5. Cómo es valorada la pregunta para la heteroevaluación?
6. El papel potenciador de la pregunta?
7. El poder desencadenante y de estrategía de aprendizaje?
Felicidades,
Hasta pronto,
Argenis Ramirez Flórez, Especialista en Pedagogía para el desarrollo del Aprendizaje Autónomo.
TOTALMENTE DE ACUERDO MAESTRO, QUE BUEN INSUMO SU ARTICULO PARA UNA IDEA QUE ESTA DANDO VUELTAS EN MI CABEZA. SALUDOS LOS RECUERDO CON MUCHO CARIÑO.
ResponderBorrarANITA PRADA