Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Días después de
la celebración de los 30 años del Instituto de Educación a Distancia el balance
sobre el impacto y posible cambio de rumbo del IDEAD aún no se ha realizado.
Esta es la mayor deficiencia del modelo, que no se repiensa, que pierde hoy la
memoria de lo que hizo ayer. Pareciera ser que la peste del olvido, esa
enfermedad que padeció Macondo, se hubiese instalado corroyendo la existencia
de este proyecto.
La mayor
potencia del IDEAD es el mundo de la vida
sobre el cual transcurre, el territorio en
donde se construye y se desarrolla, su experiencia en tiempos y espacios.
Desafortunadamente es lo que más se ignora por quienes están-mos impelidos a
construir la política educativa que lo potencie, por lo cual tendemos a caer en
ese círculo de acción sin reflexión, el cual denuncia Freire como activismo, y
no está de más recordar que el IDEAD es ante todo un proyecto académico de
educación superior, por lo cual el activismo lo condena a una noria infinita.
Un breve repaso del evento nos da cuenta de esas tensiones y contradicciones
sobre las cuales no se reflexiona y por lo tanto no se podrán conjeturar
soluciones, al menos mientras no seamos capaces de mirarnos a la cara,
descubrir el rostro más allá del maquillaje.
El evento de
integración hizo evidente la pluridimensionalidad de la comunidad que compone
el IDEAD, su riqueza cultural, social, étnica, entre otras; las preguntas
serían entonces: ¿cómo tiene cabida esa pluralidad en el mundo académico? ¿Cómo
se da cuenta de ello en los currículos, en la oferta académica, en los procesos
de investigación? ¿Cómo se valora ese impacto en la categoría de interacción
social de la Universidad del Tolima? Estas preguntas deben ser resueltas más
allá de los simples indicadores, la numerología que tanto gusta al CNA y a los
obedientes a sus políticas. Ahí está, a mi parecer, la gran potencia del
Instituto y ante su desconocimiento, la gran desventaja. Sustento: Un currículo
unificado desde Ibagué no responde a las necesidades formativas de Urabá (sólo
para poner un ejemplo). Una oferta pensada exclusivamente en cobertura y no en
impacto social para el desarrollo cultural y educativo de una región (como el
sur del Tolima, por ejemplo), termina siendo un proyecto de profesionalización,
pero no de construcción de territorio a futuro. Una mirada ramplona de la
proyección social termina encajando a los sujetos en el drama de la
numerología, pero sus acciones no se profundizan, no se valora si lo que se
hace impacta la realidad, por lo cual no se cambian las prácticas; nos seguimos
guiando por el olfato limitado de los cubículos de las oficinas mientras la
realidad lanza llamados jamás capturados por la sordera institucional.
En ese sentido,
el IDEAD es una organización que se aferra a los cantos de sirena del sistema,
sin detenerse a valorar cuál ha sido su gran potencia en esos 30 años de existencia.
Al final tenemos un panorama en donde se hace mucho pero sin un rumbo definido,
y cuándo no sé hacia dónde voy, cualquier camino me sirve. Eso queda plasmado en los distintos bosquejos
que han trazado las administraciones de turno, los cuales son abandonados
cuando un nuevo capitán (impuesto) llega. Quien llega debe olvidar rápido a su
antecesor, para así procurar ser también pronto olvidado. ¿Y al IDEAD quién lo
recordará?
El evento de la
celebración de los 30 años es una muestra etnográfica que nos permite dilucidar
lo que le sucede al Instituto. Muchas delegaciones, variopinto de expresiones,
esfuerzos titánicos de estudiantes por conocer su universidad matriz y
coordinadores de centro regionales asumiendo la responsabilidad de “hacer
quedar bien la universidad”. Fiesta. Jolgorio. Interacción a medias. Espacio
académico casi desoldado (ni siquiera el vicerrector académico llegó a la
conferencia que tenía proyectada). La potencia se obnubiló. No se discutió el
presente, menos el futuro, del mayor proyecto académico (al menos
cuantitativamente) de la Universidad del Tolima. La condecoración a los
estudiantes representantes del IDEAD demuestran el desconocimiento total del
trasegar del modelo; si el argumento es que se debe premiar a quienes nos
representan, pues yo afirmo que al Instituto lo representan esas señoras cincuentonas
que hacen esfuerzos infinitos por terminar una licenciatura, esos indígenas que
en el sur Tolima asisten a una tutoría en medio de esfuerzos descomunales, esos
docentes que viajan durante horas para llegar a Planadas, esos colectivos de
semilleros que trabajan con las uñas en cualquier Centro Regional, esos estudiantes que realizan sus prácticas pedagógicas
en las frías montañas de cualquier parte de Colombia, esos grupos que proponen proyectos
de innovación en los territorios que olvidó el Estado, esos cientos y miles de
estudiantes que sacrifican horas de sueño para terminar sus lecturas y poder
viajar el fin de semana al pueblito en donde se reciben los encuentros
presenciales; ejemplos hay por miles, pero casi todos invisibilizados,
refundidos en nuestro archivos sin-memoria, porque los terminamos volviendo una
hoja de matrícula, un código, un indicador en las tablas estadísticas.
Por eso, es
urgente mirarnos a la cara, asumir la necesidad de repensar el modelo, pero no
sólo para plantearnos el camino de la virtualidad como la única salida (que
parece ser la solución que propone la administración de turno), porque una cosa
es la herramienta y otra la política educativa, y jamás la primera suplirá la
segunda. Mientras no asumamos la tarea de repensarnos como proyecto educativo,
seguiremos tras el sonido de las sirenas y quizás hasta celebremos otros 30
años más muriendo de hambre en el bosque, sin descubrir que los árboles estaban
repletos de frutos. Ese el drama de la pérdida de la memoria, por eso invito a
no olvidar.
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