Adaptación de una historia de la tradición
oral.
Como todo mortal un día el profesor
Caicedo murió. Al llegar a las puertas de San Pedro el guardián de barba negra
le comunicó:
- - Profesor
Caicedo, por haber soportado a la Ministra de Educación de Colombia y los malos
salarios, te está permitido escoger entre el cielo y el infierno.
- - El
cielo, respondió de inmediato el creyente profesor.
- - Deberías
pensarlo mejor, dijo San Pedro. ¿Por qué no te das una vuelta por cada uno de
ellos?, considera que allí habitarás durante la eternidad.
- - Bueno,
respondió el profesor Caicedo, acostumbrado a la resignación del oficio.
Fue así como le fue concedido un día
de visita al infierno y otro al cielo.
El primer día el profesor Caicedo
descendió hasta el piso 182; cuando el ascensor abrió la puerta encontró un
letrero que decía: Bienvenido al infierno; al fondo, en un campus verde se
erigía una Universidad. Los ojos del profesor Caicedo no podían dar crédito al
panorama. Aún timorato se dirigió a la portería en donde un vigilante le saludó
amablemente:
- - Bienvenido
profesor Caicedo, lo estábamos esperando. Esta es su Universidad, al fondo
encontrará un guía que lo llevará por las instalaciones.
El visitante tomó el sendero central
y en medio del asombro vio que muchos jóvenes departían en el campus, otros
hacían teatro, unas niñas leían a Nietzsche, un grupo de muchachos de batas
blancas conversaban sobre lo bien dotados que estaban los laboratorios. Al
costado izquierdo encontró un gran restaurante en donde docentes y estudiantes
tertuliaban, más adelante divisó una enorme biblioteca cuya puertas permanecían
abiertas de par en par mientras los visitantes iban y venía con enormes tomos
de variados temas. Y entre asombros y asombros, fue llegando a la rectoría:
- - Buenas
tardes, le anunció una mujer que sobre su escritorio tenía un libro cuyo título
el profesor Caicedo alcanzó a leer: “La Universidad soñada”. Ya lo atiende el
señor rector, espérame cinco minutos, mientras tanto puedes leer algo en esos
sillones y tomarte un café.
Cinco exactos minutos después la voz
melodiosa de la recepcionista le indicó que el rector lo atendería.
- - Buenas
tardes profesor Caicedo –exclamó el hombre de puntiagudos cachos.
- - Buenas
tardes señor rector –respondió Caicedo
- - Puede
llamarme Diablo, dijo sonriendo el rector y empezó a disertar: Como puede ver
estimado profesor, en esta Universidad realizamos los sueños, tenemos
investigación de punta, la educación es gratuita, la producción de conocimiento alcanza los
límites, el arte pulula por nuestro campus, la sociedad recurre a nosotros para
solucionar sus problemas, nuestros profesores son los mejores, los estudiantes
quisieran no irse cuando se gradúan, tenemos programas deportivos de alto
rendimiento y como ya habrá podido observar, nuestras instalaciones poseen
espacio para cada expresión de la comunidad. Profesor Caicedo, si usted lo
decide, esta será su casa.
- - La
verdad señor Diablo no imaginé un infierno de tal magnitud, esta es la Universidad
soñada.
Después de despedirse el profesor
Caicedo pudo constatar que el Diablo no mentía, todo estaba en orden, y entre
meditaciones y sonrisas su día en el
infierno terminó y regresó donde San Pedro. Ahora te toca visitar el cielo, le
dijo, descansa un poco.
Al día siguiente el profesor Caicedo
ascendió hasta el piso 182 y cuando la puerta del ascensor se abrió encontró el
letrero que decía: Bienvenido al cielo. Paseó un poco y se encontró flotando
entre nubes y ángeles semidesnudos que entonaban plegarias, un grupo de hombres
leían un extraño libro sin letras y la tranquilidad era tan grande que al cabo
de unas horas le exasperó. Vencido el día regresó a donde San Pedro.
- - Bueno
profesor, es hora de tomar decisiones.
- - Creí
que nunca diría esto, respondió Caicedo, pero después de analizar todo,
prefiero el infierno.
- - Bueno
profesor, le deseo una buena eternidad, le dijo San Pedro y lo condujo al
ascensor.
182 pisos abajo el ascensor abrió su
puerta y el profesor Caicedo se dirigió a la portería en donde un robusto
celador le imprecó por no hacer la fila para entrar, sólo después de dos horas
y de múltiples llamadas le fue permitido ingresar, decía que nadie podía
acceder a la universidad sin carnet. El campus estaba marchito, grandes moles
de cemento se levantaban en donde antes florecían los prados, algunos
estudiantes protestaban frente a la cafetería y un profesor de enormes gafas
maldecía por el bajo salario. A la izquierda una biblioteca desvencijada era
custodiada por un detector de metales y dos o tres muchachos leían una revista
de Playboy en las escalinatas. Las paredes estaban totalmente llenas de
grafitis reclamando “no más aumento en las matrículas” y una vieja cancha de
microfútbol congregaba a unos jóvenes que silenciosos elaboraban una pancarta.
Se dirigió a la rectoría y un mujer
de enormes senos, que pintaba sus uñas, apenas lo determinó.
- - Buenas
tardes, soy el profesor Caicedo, quiero una cita con el rector.
- - El
Diablo está muy ocupado ahora señor, respondió la mujer sin mirarlo, si quiere
espere, o saque una cita para próxima semana.
Con la resignación que vivió el
profesor Caicedo esperó durante 4 horas hasta que la puerta se entreabrió y,
sacando esa migaja de valentía que aún carcomía sus huesos, se levantó e
ingresó a la oficina del Diablo.
- - Señor
Diablo, ¿qué pasa? ¿Qué tipo de engaño ha sido elaborado aquí?
- - Perdón
usted quién es, dijo la voz ronca del encorbatado demonio.
- - El
profesor Caicedo, ayer estuve aquí visitando el infierno y hoy al retornar no
encuentro esa Universidad soñada. ¿Qué pasó?
- - Ahhh,
profesor Caicedo, ya lo recuerdo, pero lamento decirle que esta es la
Universidad de verdad, la que vio usted ayer era la del simulacro. Es que
teníamos visita de pares académicos.
Jajajaja, ya iba a criticar tu version de la universidad soñada en el infierno, "los demonios no estudian" jaja y lo de los pares academicos fue muy original!
ResponderBorrarlorena anaya
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