Por: Carlos Arturo Gamboa
Por estos días en toda Colombia se acciona la más soterrada de las formas de corrupción, auspiciada por ese marcado cinismo ético tan promovido por el mundo bajo el eslogan de la democracia: la politiquería. Aunque la politiquería, la influencia descarada, el amiguismo trásfuga y la repartición del bien público es el continuo devenir de nuestros entramados de poder, por estos días, con el posicionamiento de nuevos alcaldes y gobernadores, es el festín predilecto.
Mientras la mayoría retorna a sus mundos cotidianos, otros cientos se aprestan a disputarse las pocas tajadas que quedan del gran pastel de lo público: el erario. Los viejos y nuevos caciques, dueños del país, alimentados por la ignorancia electoral de los millones de colombianos que votan, manipulados o esperanzados, ponen y quitan fichas en los puestos públicos, como si se tratase de un juego. Sin el menor descaro, sin el más mínimo asomo de vergüenza, sin sonrojarse ante la ética, los puestos públicos son entregados a esa minoría que se quedará con los recursos de la mayoría.
Lo que no existe en verdad es la política. El sentido de lo público para lo púbico es la sonrisa de Judas mientras parte el pan, todo debe ser depredado. La anormalidad es la norma, sin reparos se dice que X o Y es cuota de A o de B, desde las cárceles se nombran funcionarios, en las casa-fincas se pactan los destinos del dinero público. Todos miran y a todos les parece normal. Robar lo público entre amigos parece ser el pasatiempo de los colombianos que aspiran y llegan al poder. En medio de ellos algún personaje ético refundido apenas sentirá náuseas ante tanto descaro, ante tanto discurso inane sobre la corrupción, ante tanta seudo-ideología que no diferencia a ningún partido de ningún partido, porque todos quieren llegar a lo mismo, a depredar el país.
Por eso no sorprende que si observamos con detenimiento el listado de los nuevos asesores y funcionarios de los gabinetes de las gobernaciones y alcaldías de Colombia, encontremos la casi total ausencia de hombres y mujeres pulcros, más bien hallaremos los mismos nombres tradicionales, que han saltado de puesto en puesto, influenciados por la politiquería, aumentando sus pensiones al tope, construyendo sus futuros avaros a costa de las necesidades de la población vulnerable. En lo público (y en lo privado) está casi ausente la ética, el trabajo honrado y el esfuerzo intelectual; en lo público lo que prevalece es el renombre que te da pertenecer a alguna de las sectas depredadoras, no importa cuál, al fin y al cabo si miras con detenimiento verás que entre ellos no hay diferencias, cuando se trata de repartir el botín olvidan sus discrepancias. Como bien dijera Frank Herbet, “la corrupción lleva infinitos disfraces”, por eso muchos esperan con paciencia su turno; el perverso sistema de la democracia del consumo así lo garantiza.
Sólo hay un imperativo y es que, como lo dijo la cantante Joan Baez: “Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”.
Sólo hay un imperativo y es que, como lo dijo la cantante Joan Baez: “Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”.
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