Por: Carlos Arturo Gamboa
B.
Docente Universidad del
Tolima
La Corona de Castilla fue la primera en perder la cabeza, quizás
enloquecida por la fiebre del oro que ya había inundado toda Europa. Por eso
nombró a Andrés López de Galarza como tesorero de la Real Hacienda en el nuevo
continente. Muy de buenas don Andrés quien a duras penas había hecho unos
cursitos de economía, y no precisamente en la San Marino, pero quien además de
conquistador terminó haciendo una nutrida carrera burocrática.
Sin necesidad de llevar el cartón bajo el brazo, López de Galarza
llegó a las nuevas tierras conquistadas y le fue encomendado abrir camino por
la cordillera, topándose en esta lid con los Pijaos. Con su aguerrida
resistencia los indígenas de estas tierras estuvieron a punto de hacerle
perder, y rodar, la cabeza. No obstante se dio mañana para fundar Ibagué, eran
esos los años de 1550.
Muchos años después, aunque no frente a un pelotón de fusilamiento,
pero si ante una turba enfurecida, Andrés López de Galarza, por fin perdería su
cabeza. Aunque entonces era lo único que poseía, porque sus restos seguían
guardados en la Catedral Basílica Metropolitana Santiago de Tunja, libre de los
manifestantes y glorificado por los adoradores de conquistadores en nombre de
una fe antigua, por la cual muchos también han perdido la cabeza.
La turba de manifestantes, en su mayoría jóvenes, arrastró la cabeza
de López de Galarza por las calles de Ibagué. (Arrastrar cadáveres es una
tradición heredada de los conquistadores, aunque en este caso se trataba más de
un simbolismo que de un acto de sevicia). Fue así que la cabeza perdida del
conquistador terminó en el campus de la Universidad del Tolima y fue sometida a
un “juicio histórico”. Un transeúnte que observaba a través de las rejas
exclamó: “dizque juzgando un montón de chatarra, estos jóvenes perdieron la
cabeza”.
Después de muchas horas de juzgamiento, la cabeza fue condenada a
permanecer encerrada en el campus universitario, acto bastante atroz para un
conquistador que odiaba la academia, recordemos que apenas hizo unos cursitos
de economía. Cerrado el juicio sólo
quedaba por determinar ¿quién vigilaría la cabeza de Galarza?, cuestión que aún
ignoramos.
Los restos de la cabeza de Galarza terminaron rondando por el vacío
campus azotado por la pandemia y de vez en cuando hacía apariciones para
asustar a los viejos historiadores que se negaban a aceptar la caída de sus antiguos
monumentos. A ese ritmo, decían, todos perderemos la cabeza. Ante estas
afirmaciones, otros docentes formados en otros ritmos de la historia, querían tumbar
las cabezas añejas de sus antecesores, pero en la academia el parricidio es mal
visto, mucho más que la negligencia.
Los días pasaron, las vacunas contra el Covid-19 llegaron, el campus
empezó a recobrar un poco de vida y desde la Alcaldía de la ciudad llegó la
notificación para que la cabeza del antiguo colonizador fuera devuelta. Quizás
por falta de recursos, la Secretaría de Hacienda quería chatarrizar la historia
y obtener algunos dividendos. Se supo que en el antiguo lugar en donde estaba
la cabeza del susodicho, ahora habían erigido otra cabeza, una que, según los
promotores, si poseía un símbolo respetuoso con los antepasados. Aunque a ojo
de buen cubero, parecía que los creadores de la nueva cabeza habían sometido la
estética a otro juicio histórico, declarándola inexistente.
¿Y la cabeza? No aparecía. En el campus de la Universidad del Tolima
nadie daba razón de sus restos. Los posmodernos, quienes aseguran que la
historia ha llegado a su fin, decidieron dar por inexistente la susodicha
cabeza. Los señalamientos empezaron a ir de aquí a allá, algunos culparon a los
jóvenes que protestaban, otros a los profesores que lideraron el juicio, incluso
algunos culparon a la administración por ocultar la cabeza, entre otras cosas.
A tal deliro llegó el asunto, que se supo que una de las tantas abogadas contratadas
para vigilar, enredar y castigar el mundo de la vida universitaria, terminó poniendo una demanda en
la Fiscalía por la pérdida de una cabeza.
Ahora todos deambulamos sin saber por qué perdimos la cabeza. Los
jóvenes de vez en cuando gritan que irán detrás de más cabezas. Los viejos
profesores, al parecer, hace mucho les importan poco lo que pase por las
cabezas. Los nuevos docentes están construyendo una categoría de análisis para
estudiar el fenómeno y publicar un artículo en algunas de esas revistas
indexadas que nos hacen perder la paciencia y la cabeza. La abogada espera la
respuesta de la Fiscalía mientras impaciente se rasca su atribulada cabeza. La
Alcaldía espera que le devuelvan la cabeza que anda embolata, tan embolatada
como la pobre gestión del mismo alcalde.
Y mientras tanto, de noche, en el campus de la Universidad del Tolima
algunos dicen ver rodando una cabeza. Va pregonando una vieja letanía que aún
estremece el Valle de las Lanzas. Nadie puede traducir de manera exacta lo que
murmura, pero de seguro que, si te detienes a escuchar sus lamentos, también
perderías tu cabeza.
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