noviembre 14, 2021

TODOS PERDIERON LA CABEZA

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

La Corona de Castilla fue la primera en perder la cabeza, quizás enloquecida por la fiebre del oro que ya había inundado toda Europa. Por eso nombró a Andrés López de Galarza como tesorero de la Real Hacienda en el nuevo continente. Muy de buenas don Andrés quien a duras penas había hecho unos cursitos de economía, y no precisamente en la San Marino, pero quien además de conquistador terminó haciendo una nutrida carrera burocrática.

Sin necesidad de llevar el cartón bajo el brazo, López de Galarza llegó a las nuevas tierras conquistadas y le fue encomendado abrir camino por la cordillera, topándose en esta lid con los Pijaos. Con su aguerrida resistencia los indígenas de estas tierras estuvieron a punto de hacerle perder, y rodar, la cabeza. No obstante se dio mañana para fundar Ibagué, eran esos los años de 1550.

Muchos años después, aunque no frente a un pelotón de fusilamiento, pero si ante una turba enfurecida, Andrés López de Galarza, por fin perdería su cabeza. Aunque entonces era lo único que poseía, porque sus restos seguían guardados en la Catedral Basílica Metropolitana Santiago de Tunja, libre de los manifestantes y glorificado por los adoradores de conquistadores en nombre de una fe antigua, por la cual muchos también han perdido la cabeza.

La turba de manifestantes, en su mayoría jóvenes, arrastró la cabeza de López de Galarza por las calles de Ibagué. (Arrastrar cadáveres es una tradición heredada de los conquistadores, aunque en este caso se trataba más de un simbolismo que de un acto de sevicia). Fue así que la cabeza perdida del conquistador terminó en el campus de la Universidad del Tolima y fue sometida a un “juicio histórico”. Un transeúnte que observaba a través de las rejas exclamó: “dizque juzgando un montón de chatarra, estos jóvenes perdieron la cabeza”.

Después de muchas horas de juzgamiento, la cabeza fue condenada a permanecer encerrada en el campus universitario, acto bastante atroz para un conquistador que odiaba la academia, recordemos que apenas hizo unos cursitos de economía.  Cerrado el juicio sólo quedaba por determinar ¿quién vigilaría la cabeza de Galarza?, cuestión que aún ignoramos.

Los restos de la cabeza de Galarza terminaron rondando por el vacío campus azotado por la pandemia y de vez en cuando hacía apariciones para asustar a los viejos historiadores que se negaban a aceptar la caída de sus antiguos monumentos. A ese ritmo, decían, todos perderemos la cabeza. Ante estas afirmaciones, otros docentes formados en otros ritmos de la historia, querían tumbar las cabezas añejas de sus antecesores, pero en la academia el parricidio es mal visto, mucho más que la negligencia.

Los días pasaron, las vacunas contra el Covid-19 llegaron, el campus empezó a recobrar un poco de vida y desde la Alcaldía de la ciudad llegó la notificación para que la cabeza del antiguo colonizador fuera devuelta. Quizás por falta de recursos, la Secretaría de Hacienda quería chatarrizar la historia y obtener algunos dividendos. Se supo que en el antiguo lugar en donde estaba la cabeza del susodicho, ahora habían erigido otra cabeza, una que, según los promotores, si poseía un símbolo respetuoso con los antepasados. Aunque a ojo de buen cubero, parecía que los creadores de la nueva cabeza habían sometido la estética a otro juicio histórico, declarándola inexistente.

¿Y la cabeza? No aparecía. En el campus de la Universidad del Tolima nadie daba razón de sus restos. Los posmodernos, quienes aseguran que la historia ha llegado a su fin, decidieron dar por inexistente la susodicha cabeza. Los señalamientos empezaron a ir de aquí a allá, algunos culparon a los jóvenes que protestaban, otros a los profesores que lideraron el juicio, incluso algunos culparon a la administración por ocultar la cabeza, entre otras cosas. A tal deliro llegó el asunto, que se supo que una de las tantas abogadas contratadas para vigilar, enredar y castigar el mundo de la vida universitaria, terminó poniendo una demanda en la Fiscalía por la pérdida de una cabeza.

Ahora todos deambulamos sin saber por qué perdimos la cabeza. Los jóvenes de vez en cuando gritan que irán detrás de más cabezas. Los viejos profesores, al parecer, hace mucho les importan poco lo que pase por las cabezas. Los nuevos docentes están construyendo una categoría de análisis para estudiar el fenómeno y publicar un artículo en algunas de esas revistas indexadas que nos hacen perder la paciencia y la cabeza. La abogada espera la respuesta de la Fiscalía mientras impaciente se rasca su atribulada cabeza. La Alcaldía espera que le devuelvan la cabeza que anda embolata, tan embolatada como la pobre gestión del mismo alcalde.

Y mientras tanto, de noche, en el campus de la Universidad del Tolima algunos dicen ver rodando una cabeza. Va pregonando una vieja letanía que aún estremece el Valle de las Lanzas. Nadie puede traducir de manera exacta lo que murmura, pero de seguro que, si te detienes a escuchar sus lamentos, también perderías tu cabeza.

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