Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Colombia siempre ha sido un país de simulaciones.
Hemos simulado ser el segundo país más feliz del mundo, a veces el primero.
Creo que esa falacia aceptada por muchos demuestra cuánto nos gusta aparentar.
Somos la supuesta democracia más antigua del continente,
cuando lo que hemos padecido son dictaduras edulcoradas que han dejado más
miseria y víctimas que las dictaduras de frente que tuvieron, por ejemplo,
Argentina y Chile.
También simulamos saber de música y catalogamos
nuestro himno, repleto de mensajes anacrónicos, como el segundo mejor del
mundo, sólo superado por la Marsellesa, que muy pocos han escuchado pero que fingen
saber que es el mejor.
Y entre simulación y simulación engendramos el engaño
como forma de vida. De esa manera creemos que es real lo que no es: Que las
FARC eran el origen de todos los males, un engaño. Que la paz era un proyecto
para entregarle el país a la izquierda, un engaño. Que los campesinos son
flojos e incapaces de generar escenarios productivos, un engaño. Que los
indígenas quieren todo gratis y son guerrilleros disfrazados, un engaño.
El mismo escudo nacional es la construcción simbólica
de otro engaño, lleno de cóndores que se extinguen, canales que hace siglos no
son nuestros y abundancia que escasea. En el país de los engaños, el mentiroso
mayor es el rey y tiene un presidente, una clase política y un entramado
económico bajo sus pies. Todos aman ser parte del gran engaño que favorece a
unos pocos, mientras la masa, la mayoría de ella adicta a las simulaciones,
creen que ese modelo de engaño de país, es válido… y claro que lo es, ese país
es el que perpetúa la comodidad de nuestro engaño histórico y los actores de la
treta.
Y mientras el poder con sus dobleces disfraza, engaña,
y simula, los problemas afloran dejando ver la verdadera cara de la realidad.
El virus letal del país no es el Coronavirus, es la ceguera heredada, anquilosada
y muchas veces voluntaria de las mayorías, incluso de los mismos movimientos de
oposición que innumerables veces han simulado ser propuestas serias y en miles
de ocasiones han caído en la simulación.
Mientras el odio sea el síntoma que marca el derrotero
para hacer política entre los que buscan-mos construir plataformas
alternativas, estaremos supeditados a ser parte de la gran simulación. Se
aproximan las elecciones y las falsedades saltan a la vista, parece que el
proyecto no es transformar la realidad, sino ganar elecciones. La democracia se
basa en la confianza en un proyecto, en unos líderes y en una masa que apoya
ese plan, pero en Colombia rara vez asistimos a un escenario democrático
alejado del engaño. Preferimos odiarnos que juntarnos.
El virus anda por todos lados, como los deseos de
cambio, pero sólo incuba cuando encuentra el escenario que le permite
desarrollarse. El virus invade el sistema, lo pone en jaque, lo lleva a cuidados
intensivos, pero el sistema reacciona, ya sea de manera natural o de manera artificial
por efectos de los medicamentos y, en la mayoría de los casos, sale victorioso.
Eso mismo pasará si los movimientos vuelven, por enésima vez, a ser incapaces
de crear alternativas de cambio, articulando un proyecto distanciado de los
egos de los gamonales alternativos, que terminan imponiendo su personalidad y deseos
particulares sobre la acción transformadora que requiere la realidad.
Para derrotar el engaño hay que invitar a la verdad a
la fiesta, sólo así dejaremos de ser el país de las simulaciones de derecha, de
izquierda, de centro o de cualquier lugar, para empezar a ser el país de todos,
para todos. Un país en el cual el odio no sea el primer ingrediente de la
política.
Posdata: Si
quieren ver un ejemplo cotidiano de cómo nos gusta simular, observen la manera
en que falseamos las reglas de cuidado ante el Covid-19. Toda una parodia de
autocuidado… ni siquiera nos angustia engañarnos a nosotros mismos, sabiendo
que simulando que nos cuidamos, nos puede sorprender la muerte.
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