diciembre 19, 2018

Roma, en busca del México perdido


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universitario

La sensación que tuve al terminar de ver Roma, la última película de Alfonso Cuarón, fue que estuve durante dos horas y quince minutos releyendo, en la pantalla, a un Marcel Proust mexicano.
Para regresar a los años setenta había que hacerlo en blanco y negro, con la delicadeza del tiempo ido que debe ser rescatado por la frágil memoria. Había que traer las baladas de Leo Dan y un joven Juan Gabriel, el bullicio del barrio con sus pájaros enjaulados y sus perros ladrando. Había que redimir la plaza de mercado, las calles y sus bocinas, el deseo de cambio y la siempre presente represión. Tenía que estar en primer plano el radio transistor, el televisor a blanco y negro, la casona de la clase media y su contraste del tugurio. Todos esos elementos, y más, nos los presenta el director acertadamente.
No obstante, Cuarón usa un correlato para recordar ese México perdido en la memoria, un país que por entonces era la avanzada latinoamericana en el mundo. Y para activar la lenta narración, con el detalle pulido hasta el cansancio, usa los ojos y la vida de Cleo, una empleada (nana) del servicio doméstico, cuya humildad y humanidad estremece al espectador sensible.
El cuadro que enmarca esta evocación es una familia, cuatro niños, una abuela, una madre encargada del cuidado del hogar y un padre proveedor. En la otra orilla, casi al margen de la existencia, dos sirvientas, de esas internas que tantas familias latinoamericanas acostumbraban. Y una de ellas es Cleo, joven de origen indígena, humilde y servicial, cuyo amor por la familia hace que su vida esté al margen porque su objetivo es la felicidad de los demás.
Desde esos pequeños ojos aindiados Cuarón nos pasea por los males y desgracias sociales, por la cotidianidad del hogar y sus pequeñas cosas, por la ciudad y sus hechos trágicos, por el mundo que recobra desde el lente de la cámara que tiene como extensión las pupilas de la empleada.
En Roma lo sencillo se hace profundo, lo elemental cobra vida para hacerse trascendental en la mente del espectador. Ese es el verdadero Cine, el que se escribe con C mayúscula. Cuarón es un cineasta de los elementos, ya lo dejó claro en Gravedad, en donde no solo nos pasea por los cuatro elementos griegos, sino que además nos propone uno nuevo, el vacío.
En Roma la tierra y el agua son vitales, son los que le dan forma al recuerdo, al pasado y sus artilugios, al sueño y a la represión, a la maternidad frustrada pero también a la catarsis. La escena en la playa, en donde Cleo rescata los niños del voraz mar, quedará tatuada en la pupila de muchos, no en vano parte de ella es usada en el afiche promocional.
De las actuaciones, la fotografía y demás elementos técnicos de la película, ya tendremos noticias en las distintas nominaciones a los premios Óscar. Como dato a destacar, Yalitza Aparicio Martínez, quien encarna a Cleo, ya está reconocida entre las mejores diez actuaciones del cine en el 2018.
El realismo depurado de Cuarón ha producido otra gran película, ojalá los asiduos devoradores de Netflix aprovechen para deleitarse, ya que esta plataforma virtual ha comprado sus derechos de distribución. Aunque siendo sinceros, hace falta una gran pantalla, el silencio de la enorme sala y la oscuridad del cine para acompañar al director en busca de ese México perdido que logra recobrar.

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