Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
A
Por estos días hemos
comprobado que entre más cerca esté el desarme que se pacta en la Habana,
mayores contradicciones aparecerán.
En primera instancia el
proceso sigue careciendo de la total legitimidad en las bases sociales, porque
lo que se negoció, en esa mesa de tres patas, no retribuye el clamor de las
luchas sociales que reclaman territorios, dignidades e igualdades. Es decir, la
cuarta pata.
En segunda instancia, los
detractores directos, es decir los grupos ideológicos del urirbismo, la ultraderecha
(que es y no es lo mismo) y los guerreristas (amos y comerciantes de la guerra)
se rasgan las vestiduras porque saben que sin armas su discurso pierde fuerza.
B
Los que piensan que los
uribistas son “tontos”, o que poseen algún tipo de deficiencia de aprendizaje,
están muy equivocados, ellos son ciudadanos como los demás, desean como los
demás y sueñan como los demás. La diferencia es que ellos están instalados en
un lugar ideológico distinto: la concepción de una sociedad de derecha.
Los uribistas están
obnubilados con un discurso del capital, de la raza única y de la exclusión de
la diferencia. Una cosa es Uribe, quien lidera el proyecto, otra cosa son sus
seguidores, como una cosa era Stalin o Mussolini y otra sus seguidores. Pero
para ser seguidor toca estar convencido y la mayoría de los uribistas lo están.
Si queremos tener un
panorama de estas fuerzas de ultraderecha, basta mirar las composiciones de las
marchas del pasado 2 de abril: sin minorías étnicas, sin grupos alternativos, sin
presencia campesina e indígena, sin diferencia sexual (a menos visible), sin
discursos contra la miseria, sin discursos contra la depredación del capital.
Común denominador de los que
se encontraron: Piel blanca, bandera nacional y clamor por un país para ellos: el
nacionalsocialismo está vivo: El país de la pureza es el de Tercera Fuerza, de
los curas conservadores, de los pastores y sus negocios de alcancías humanas,
de patriotas desaforados que izan el pabellón con una mano y en la otra empuñan
una escopeta. Ellos, los de derecha y ultraderecha quienes gritan que un país en
paz (en donde no nos matemos entre nosotros) es un país comunista.
C
Por su lado Santos consolida
el territorio para el capital. Las zonas de despeje que hace años reclamaba la guerrilla
para negociar, hoy las ha tomado el mercado trasnacional. El agua, los ríos, los
páramos, las cuencas verdes, las llanuras, las montañas que se erigen sobre una
región llamada Colombia, todo está en subasta. Y mientas más espacio gana el
capital, más miseria y carencia vemos en los campos y ciudades.
La paz que nos venden, es
una paz a costa de los territorios.
La contradicción entre Uribe
y Santos es un velo que cubre la atroz realidad: el país está siendo entregado
a las grandes corporaciones. El agua ya no será nuestra. Habrá que pagar para
navegar el río Magdalena. El aire se está privatizando. Los páramos están
siendo acosados por la mandíbula de la minería.
Nuestras montañas están
viviendo la tercera colonización, la del capital.
D
Mientras las contradicciones
crecen, las otras armas, las que están en manos de los paramilitares, siguen
tronando.
Los medios oficiales y privados
no protegen el proceso de paz. Callan ante las masacres de los paramilitares y
hacen eco profundo de cualquier desliz de la guerrilla.
Los medios de comunicación
en Colombia no han querido ingresar al proceso de paz, ellos están apostando a
un conflicto más largo, necesitan tener titulares de sangre para cotizar sus
acciones.
Los que han dejado de morir
en estos días de diálogo son bastantes, pero nadie los incluye en las estadísticas
de sobrevivientes.
Los muertos colaterales, que
estos días aportan los movimientos sociales, son muertos también, pero parece
ser que nadie quiere ingresarlos a la sumatoria de la barbarie.
E
Aun así, el desarme es necesario.
La Habana debe suceder, y el otro proceso también.
La pedagogía, para la futura
paz, se debe hacer sin fusiles.
Los paramilitares están
vivitos y coleando.
La nueva guerra es
ideológica, es contra el capital y sus falsas promesas de progreso.
El proyecto del capital, el
mercado y sus demandas, la depredación de los recursos y un proyecto de nación
para unos pocos, es lo que une a uribistas y santistas.
La izquierda sigue
embolatada. Las urnas no resolverán las verdaderas contradicciones que tenemos
con el sistema.
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