Por: Boris Edgardo Moreno
La
vida es un caminar constante por un laberinto colmado de caminos, que nosotros
mismos hemos trazado. En ese cotidiano abrir trocha, llegué un día a una meseta
de miles de verdes. Allí vivía un hombre que amaba los números, era conocido
con el remoquete de “el matemático”, lo observé varias noches en el bar que
frecuentaba y me di cuenta que era un ser de silencios extensos y miradas de
reflexiones profundas. Con el tiempo fui notando que esa manera de ser, no era
otra cosa que la expresión de una ecuación que no necesitaba aislar el ruido,
para dotar de verdad la igualdad. O dicho de otra manera, era un estilo de vida
preñado de una matema, que le permitía a
los números expresarse en toda su esencia.
Aprovechando
las pocas noches en las que abandonaba sus prolongadas reservas, me explicó cómo
se expresaba el sentido y significado del cero en la existencia; sin ningún
tipo de adorno dijo: el amanecer, el despertar, el iniciar es simplemente la
manifestación del cero y agregó, solo puede comenzar de cero aquel que ha sido
dotado de amor.
Esas
cortas palabras, me permitieron comprender por qué enseñaba con tanta facilidad
las matemáticas a niños y a jóvenes, ese amor profundo por los números, le
permitía iniciarlos fácilmente en el maravilloso juego de las matemáticas, de
cero, o si se me permite del vacío, los dotaba de alas para que volaran con
tranquilidad en ese encantador mundo de las ecuaciones.
De
esa significativa charla, también pude extraer que la forma del cero, o sea su
redondez, también hacían parte de su acontecer, sobretodo en su componente
lúdico. La pasión que tenía por la esférica era tan profunda, que al llegar el
mínimo murmullo a sus oídos, de algún referente sobre fútbol, abandonaba de
plano sus silencios y emprendía entretenidas charlas que se prolongaban por
incalculables minutos; dotado de una prodigiosa memoria, versaba de las
formaciones de las mejores selecciones desde el mundial de Uruguay hasta Chile
dos mil catorce; jugadas, goles, atajadas, gambetas… eran narradas por “el
matemático”, como si estuvieran sucediendo en ese mismo instante, como si las
estuviera viendo y él fuera un narrador, encargado de trasmitirnos con detalle
lo que estaba sucediendo en las cancha.
En
forma y fondo, “el matemático” logró darle valor al cero. Paradójico, muy
paradójico, ya que vivimos en un tiempo en que andar en ceros es no tener valor
alguno. Cuando el mundo se enloquece contando a partir de uno, existió un
hombre que comprendió el cero, y construyó a partir de allí, un modo de ser,
donde el amor, la pedagogía y el balón de fútbol, bastaban para desbordarse con
infinita alegría en aquella meseta de hermosos verdes, donde se comprende
bailando que la vida es “amor y control”. Hasta siempre, John Jairo Villalobos.
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