enero 25, 2015

DEUX JOURS, UN NUIT: BONOS DE INSOLIDARIDAD

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Richard Senett acuñó una expresión para esa ausencia de criterio y autonomía laboral tan propios del trabajador esclavo del capitalismo actual: “corrosión del carácter” lo llama. Nos más había visto unos 15 minutos de la película Dos días y una noche (“Deux Jours, un nuit”) cuando ya ese concepto de Sennett rondaba mi cabeza. Es que los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne nos presentan un drama cotidiano de la vida laboral de occidente, tan cercanos a los nuestros que por momentos nos sentimos involucrados hasta la médula en el film.
La historia es sencilla: Sandra debe convencer a sus compañeros de trabajo que al lunes siguiente voten a favor de que ella se quede en el empleo; la otra opción es que ellos reciban un bono laboral por valor de 1000 euros. La película empieza con la escena en donde la protagonista contesta la llamada de una compañera quien le informa que la decisión ya fue tomada y, por mayoría, decidieron recibir el bono. Solo dos compañeros sacrificaron el dinero para impedir el despido de Sandra, una mujer con un hogar típico de clase media cuyo equilibrio económico dependen exclusivamente del ingreso laboral. Sin embargo, debido a una presión del supervisor, algunos compañeros votaron en contra, por eso el jefe accede a repetir la votación. Sandra tiene dos días y una noche para convencer a los demás empleados de que es más importante la solidaridad que el dinero; pero también es el tiempo para emprender una lucha consigo misma y así poder superar una depresión que la atenaza y por momentos le hace sentir culpable de todo, como si ella fuese la única responsable de todo el desequilibrio del sistema.
De esa manera, la protagonista realiza un breve periplo que nos muestra al mismo tiempo su desesperación por no perder el empleo, la mezquindad de un mundo laboral que arroja a los sujetos a la ignominia del consumo, la búsqueda de la solidaridad y la vergüenza del mundo actual en donde los sujetos econo-dependientes se debaten entre asumir un comportamiento ético o jugar en el mercado de la supervivencia.
Al final el sistema queda intacto, aunque es altamente cuestionado. A pesar de los dramas que suscita el hecho de la pérdida de un empleo, la empresa debe sostener la productividad, debe reducir puestos y los sujetos solo son marionetas de esa letal forma de administrar el esfuerzo humano. Nos queda entonces la idea de que esas pequeñas luchas solo son escenarios propicios para recordar que, aunque no parezca, existe una dimensión llamada “ética”, que la solidaridad también nos ha sido arrebatada y debemos salir a recuperarla, y que luchar contra ese mundo sometido en donde todo es mercancía, es apenas una apuesta realizable desde los márgenes, porque el espacio de lo humano ha sido ocupado por el dinero.

No está demás decir que la actitud solidaria final de la protagonista, es apenas un aleteo esperanzador en medio de la crueldad cotidiana del mundo laboral capitalista, que por ser cotidiano no deja de ser bárbaro. Invito a ver esta bien elaborada película y sobre todo a reflexionar sobre las posibilidades de la solidaridad, un valor imposible de comprar con bonos laborales.

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