Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Richard Senett
acuñó una expresión para esa ausencia de criterio y autonomía laboral tan
propios del trabajador esclavo del capitalismo actual: “corrosión del carácter”
lo llama. Nos más había visto unos 15 minutos de la película Dos días y una noche (“Deux Jours, un
nuit”) cuando ya ese concepto de Sennett rondaba mi cabeza. Es que los hermanos
belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne nos presentan un drama cotidiano de la vida laboral de occidente, tan
cercanos a los nuestros que por momentos nos sentimos involucrados hasta la médula en el film.
La historia es sencilla: Sandra debe convencer a sus compañeros de
trabajo que al lunes siguiente voten a favor de que ella se quede en el empleo;
la otra opción es que ellos reciban un bono laboral por valor de 1000 euros. La
película empieza con la escena en donde la protagonista contesta la llamada de una
compañera quien le informa que la decisión ya fue tomada y, por mayoría,
decidieron recibir el bono. Solo dos compañeros sacrificaron el dinero para
impedir el despido de Sandra, una mujer con un hogar típico de clase media cuyo
equilibrio económico dependen exclusivamente del ingreso laboral. Sin embargo, debido a una presión
del supervisor, algunos compañeros votaron en contra, por eso el jefe accede a
repetir la votación. Sandra tiene dos días y una noche para convencer a los demás
empleados de que es más importante la solidaridad que el dinero; pero también
es el tiempo para emprender una lucha consigo misma y así poder superar una
depresión que la atenaza y por momentos le hace sentir culpable de todo, como si
ella fuese la única responsable de todo el desequilibrio del sistema.
De esa manera, la protagonista
realiza un breve periplo que nos muestra al mismo tiempo su desesperación por
no perder el empleo, la mezquindad de un mundo laboral que arroja a los sujetos
a la ignominia del consumo, la búsqueda de la solidaridad y la vergüenza del
mundo actual en donde los sujetos econo-dependientes se debaten entre asumir un
comportamiento ético o jugar en el mercado de la supervivencia.
Al final el sistema queda intacto, aunque es altamente cuestionado. A pesar de los dramas que suscita el hecho de
la pérdida de un empleo, la empresa debe sostener la productividad, debe
reducir puestos y los sujetos solo son marionetas de esa letal forma de
administrar el esfuerzo humano. Nos queda entonces la idea de que esas pequeñas
luchas solo son escenarios propicios para recordar que, aunque no parezca,
existe una dimensión llamada “ética”, que la solidaridad también nos ha sido
arrebatada y debemos salir a recuperarla, y que luchar contra ese mundo
sometido en donde todo es mercancía, es apenas una apuesta realizable desde los
márgenes, porque el espacio de lo humano ha sido ocupado por el dinero.
No está demás decir que la actitud solidaria
final de la protagonista, es apenas un aleteo esperanzador en medio de la
crueldad cotidiana del mundo laboral capitalista, que por ser cotidiano no deja
de ser bárbaro. Invito a ver esta bien elaborada película y sobre todo a
reflexionar sobre las posibilidades de la solidaridad, un valor imposible de
comprar con bonos laborales.
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