Por: Carlos Arturo Gamboa B.
En uno de esos cotidianos paseos en
buseta escuché decir a un joven pasajero que el problema de Colombia consiste
en que no somos capaces de “producir personajes como Mandela”, a lo que una
anciana que viajaba a su lado le contestó enfáticamente: “si nacen, el problema
es que los matan”. Una vez más la sabiduría popular tiene respuesta a nuestro
drama.
Durante muchos años Colombia ha
padecido el estigma de un pensamiento oficial, que incontables veces ha
impregnado el pensamiento de las mayorías quienes “repiten como loros” algo que
no entienden, pero que comparten ciegamente. Basta visitar los comentarios de
los foros virtuales de las principales publicaciones digitales del país, para
darnos cuenta que el argumento central es el madrazo ramplón, la
descalificación a priori del Otro por
el simple hecho de no ser como el Yo y de ahí, fácilmente se pasa a la amenaza
y la destrucción de toda subjetividad que no emparente con esas “ideas”, sin
preguntar de dónde surgieron y qué fines persiguen.
Es de esa manera se han construido
los totalitarismos, en nuestro caso disfrazado con la patraña de que somos “la
democracia más antigua del continente”.
Sin importar el campo de la ideología, muchas veces vemos que los
actores del común defienden ciertas tesis sin tener conciencia real de lo que
significan. Por eso durante muchos años se mataron entre liberales y
conservadores, mientras los “ideólogos” reales compartían un negocio llamado
Frente Nacional. Por eso muchos personajes de la izquierda se volvieron
profundamente reaccionarios defendiendo unas tesis que no guardaban correlación
con la realidad de nuestro contexto y respondían al dogmatismo de partidos
cercanos a una política de ciencia ficción. Del mismo modo, este actuar sin
profundidad de pensamiento, permitió que las mafias se apoderaran del país bajo
el auspicio pragmático de los gamonales regionales para quienes el poder era el
fin y el narcotráfico el medio. Por eso los paramilitares crecieron aliados de
una seudo-institucionalidad que amparaba sus actos demenciales, porque
supuestamente para acabar con la guerrilla era válido aliarse hasta con Satanás.
Fue así como el discurso de Uribe, es decir de las élites hacendatarias-ganaderas,
terminó por infiltrarse en el pueblo y muchos seres desplazados, aguantando hambre,
sin trabajo, sin salud pública terminaron reeligiendo a este personaje cuyas
políticas eran causantes de muchos de los males que padecían.
Hoy parece que esa condición empieza
a cambiar, al menos existen leves síntomas. Tomatazos simbólicos y reales
recibe Uribe a donde va. El pueblo en su mayoría respalda a Petro, a pesar de
ciertas contradicciones en el accionar político del mismo Petro. Los campesinos
se siguen organizando y movilizando. Los indígenas se fortalecen con una nueva
visión de país en donde lo común sea el eje que nos cohesione. Los estudiantes
se rascan la cabeza buscándole solución al problema educativo estructural de la
nación. El pueblo habla en otro tono, ya no come cuento tan fácilmente como
antes. La lucha contra la megaminería y el neo-colonialismo extractivo cobra
cada vez más auge. El país se mueve, las capas tectónicas sociales anuncian
algo…
Pero toca hace un llamado de alerta,
la vieja táctica de impedir que sobrevivan nuestros Mandelas se ha reactivado, aunque
siempre ha estado presente. Líderes comunales, luchadores, mujeres organizadas,
grupos políticos alternativos y toda expresión que “huela a distinto” está
siendo asesinada, apresada o desaparecida. La Unión Patriótica sigue sufriendo
el karma de pensar diferente, de ser alternativa. La Marcha Patriótica presenta
un balance aterrador de líderes asesinados y perseguidos. Cada vez son más los
sindicatos acosados y amenazados. Aumentan los líderes de recuperación de
tierra convertidos en estadísticas de barbarie. Un aletazo de muerte y
persecución se extiende sobre este país que empieza a emerger de un letargo,
porque cuando la vida quiere resurgir, el thánatos busca bloquear la fuerza creativa que
necesita Colombia para reinventarse.
En medio de la esperanza, quizás lo
único que nos quedaba como colombianos al iniciar este atroz siglo XXI,
empiezan a nacer esquirlas de transformación; ojalá la mezquindad de una clase
dirigente apoltronada en el medievalismo y liderada por el hacendado Uribe y el
Inquisidor Ordoñez, no sea superior a esa ansiedad de transformación social,
para que este continente pueda prosperar, porque una de sus esquinas
privilegiadas no puede seguir en el oscurantismo. Ojalá las FARC y el ELN
entiendan que es el momento de avanzar raudos hacia la paz de las armas, para luego
construir la paz social, porque los siniestros esperan que sus torpezas permitan
revivir esa ansiedad de barbarie, y no pocas veces sus torpezas ha sido excusa
para engañar de nuevo a la población, la cual por falta de formación política y
educación, se moviliza en capas de pensamiento débil. Hoy las mayorías empiezan a
creer en el futuro en donde muchos Mandelas colombianos puedan respirar el aire
de la transformación, esperamos que les permitan SER.
Es imperativo que el "Liderazgo revolucionario", entendido en el buen sentido de la palabra, es decir, esos Mandelas colombianos, puedan transmitir el sentir y los intereses del pueblo, producto de una interacción no para el pueblo, ni por el pueblo, sino con el pueblo. Es decir, toda propuesta que represente los intereses de los desharrapados de este país debe surgir de una acción dialogica entre éstos y sus representantes, fruto del esfuerzo por tratar de humanizar y descosificar a las clases menos favorecidas. Esto se da en la medida que haya amor por los demás, dice la Biblia "el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad". 1 Corintios 13:4-6.
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