Por:
Julio César Carrión Castro
“¡Válame
Dios! -dijo a esta sazón el barbero burlado- ¿Qué es posible que tanta gente
honrada diga que ésta no es una bacía, sino yelmo? Cosa parece ésta que puede
poner en admiración a toda una universidad, por
discreta que sea. Basta. Si es que esta bacía es yelmo, también debe de
ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho…”
El debate del yelmo de Mambrino
(Capítulo XLV- Primera parte de Don Quijote de la
Mancha)
El ya viejo ideal de la
modernidad, que prometía apartar a los seres humanos del temor y de los mitos
hasta alcanzar una sociedad alejada de todas las formas de represión,
conformada por individuos ilustrados, autónomos y emancipados, capaces de
valerse de su propio entendimiento, hoy ha decaído, frente al triunfo
inobjetable de nuevos mitos, encarnados esta vez en la razón tecnológica. El
camino hacia el desencantamiento del mundo, iluminado por la razón, devino en
fe ciega hacia la ideología del progreso, entendido como el fortalecimiento del
mundo de las cosas y el extrañamiento del mundo de la vida.
El entusiasmo
generalizado por el desarrollo tecnológico, que triunfa en todos los ámbitos
sociales, y particularmente en el mundillo académico y universitario, debe ser
axiológicamente confrontado precisamente en estas casas de estudio, presentando
la subjetividad, que encarna la dimensión estética, como una auténtica
posibilidad para la construcción de la felicidad humana, más allá de la
integración, de la homogeneidad, del uniformismo y de la extinción del
individuo, bajo el poder de las masas, como hoy lo impone la razón instrumental
y tecnocrática.
Freud planteaba en El malestar en la cultura, que el
destino de los seres humanos depende, fundamentalmente, de la capacidad de la
cultura para contrarrestar la violencia y la agresividad. Decía que corresponde
a la dimensión estética (simbolizada en la figura mitológica de Eros)
confrontar las fuerzas destructivas de la guerra y de la muerte (representadas
por una criatura hija de la noche denominada Tánatos), que ejercen enorme
presión sobre los individuos y sobre la sociedad, debido a la interiorización
generalizada de los sentimientos de culpabilidad, que pesan sobre todos los
mortales.
Las conclusiones de
Freud en ese texto tienen plena validez y vigencia: “… el destino de la especie humana
-afirma- será decidido por la
circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer
frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de
agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca
nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo
en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil
exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena
parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda
esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue
sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas,
¿quién podría augurar el desenlace final?...”
La cultura, en su
múltiple y universal significado, particularmente desde la dimensión estética
que ella comporta, debería ser el elemento fundamental para dicha
confrontación, procurando alcanzar en el espacio universitario, la formación
tanto individual como social. Ello se alcanzaría mediante la promoción un nuevo
tipo de educación, de un nuevo proyecto pedagógico, conducente a la
reconstrucción de la perdida unidad de los seres humanos -hoy despedazados al
arbitrio de los intereses del mercado, del consumo, de la productividad y
agobiados con los falsos principios de la eficiencia, la eficacia y la rentabilidad- y, al mismo tiempo,
para lograr la interacción efectiva de
las personas con la comunidad y el entorno local y regional.
Para este nuevo
proyecto educativo la construcción permanente de lo cultural, ha de significar,
no sólo esa fatigosa búsqueda de los códigos de la modernidad y los
aprendizajes básicos de una convivencia social basada en la competitividad,
sino, una nueva opción para la dimensión estética, los saberes subyugados, las
culturas populares, los imaginarios colectivos y todas aquellas formas
alternativas de cultura, que sobreviven en un país multiétnico y pluricultural,
a pesar del enorme peso específico de la homogeneización, del “pensamiento
único” y del uniformismo cultural que imponen la globalización y la geopolítica
de las transnacionales del poder del miedo y del conocimiento.
Entendemos que lo
cultural no siempre ha logrado comprometer efectivamente al sistema educativo y
menos aún a la educación superior, que en las universidades colombianas no se
contribuye efectivamente a la construcción de la cultura. Así vemos, por
ejemplo, cómo en los ostentosos y publicitados “planes de desarrollo” de estas
instituciones, no se toma en cuenta el eje humanístico de la proyección
cultural y política, ni se busca la necesaria intercomunicación con los imaginarios
y los sectores populares, porque en estos “planes de desarrollo”, cargados de
buenas intenciones compensatorias y remediales, sólo se observa un
pormenorizado listado de lugares comunes con los cuales se pretende,
exclusivamente, satisfacer los requerimientos establecidos para la
“certificación” impuestos por los organismos burocráticos de control y por las
entidades prestamistas internacionales.
Se vive ya en estos guetos universitarios la percepción
orwelliana de que “la guerra es la paz,
la libertad la esclavitud y la ignorancia la fuerza”, consigna que se
promueve mediante una regulación pormenorizada de las actividades, fijadas desde los lineamientos
curriculares con sus estándares de calidad, la llamada evaluación de
competencias y las indexaciones.
No obstante asumimos obstinadamente -a pesar de todas estas carencias,
deficiencias y hasta malas intenciones-, que una de las tareas fundamentales
del quehacer universitario -más allá de los mandatos imperiales- ha de ser,
precisamente, permitir que “el eterno
Eros, despliegue sus fuerzas”, para vencer a su adversario Tánatos -la muerte-, establecido como
principio de autodestrucción presente en los quehaceres cotidianos de esa
visión profesionista que se difunde en las universidades, con la institución
del nihilismo como habitual forma de conducta humana, con la banalización del
mal y el constante rito en torno a la trivialidad que lleva a confundir la
cultura con el eventismo ornamental y distractivo de los espectáculos
faranduleros. En todo caso, el reclamo es para que en las universidades no se nos
truequen los yelmos por bacías, ni se nos impongan albardas de animal de carga, pero
tampoco nos enjaecen con adornos de animales de paso…
Creo que se debe
trabajar desde las universidades por superar esta supeditación, este calco,
este calor de establo; luchar por alcanzar la restitución de la integralidad de
los seres humanos y un nuevo Ethos político,
social y cultural para nuestro país, como
fervientemente lo reclamara el inolvidable maestro Guillermo Hoyos Vásquez.
Este compromiso, se
exprese o no en los “planes de desarrollo”, se ha de emprender plenamente desde
unas instituciones de educación superior que se obliguen, seriamente, a la
formación de seres humanos integrales, multidimensionales, y no al mero
cumplimiento de unos lineamientos establecidos para la titulación de
profesionales carentes de ética, de conciencia social y extrañados del mundo de
la vida.
Lo que pasa es que le estamos dando énfasis a la cultura del desánimo, del egoísmo, del i-respeto es decir la cultura actual es degenerativa, destructiva, y lo peor de todo, le estamos dando crédito.
ResponderBorrar¿Cómo hacer para que en medio de esa cultura y dentro de nuestra incultura, podamos ser forjadores íntegros, aliados de "Eros" combatientes de "Tánatos" cuando todos estamos sumergidos en la preocupación y la angustia en vez de actuar desde la que creemos una mejor cultura?
Sandra Parra