Por: Carlos Arturo Gamboa
Hay algo que no se puede negar, cuando Vargas Llosa hace literatura o habla de ella su discurso pertenece a las grandes voces universales; así lo expresa en su Elogio a la lectura y la ficción, documento leído en la recepción del premio Nobel, en donde expresa que:
Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Esta alta concepción del oficio de lector y de escritor, sólo puede nacer de alguien que a través de su vida ha propendido por un ejercicio reivindicativo del arte y que ha dejado, incluso sin los ribetes de un Nobel, una obra prolifera en donde su voz narradora deleita y sorprende por el uso del lenguaje.
El problema del discurso de Vargas Llosa se hace visible cuando, como defensor de la democracia liberal, trata de justificar el sistema como el mal menos malévolo, incluso como la panacea de la historia. Su confesión de marxista desencantado no alcanza a justificar su torpeza política, ya que juzga como malvados a unos y olvida la tiranía de los otros. Su sapiencia lo hace retornar a las palabras de Arguedas cuando afirmara que el Perú era un lugar en donde confluían “todas las sangres” y reclama, con justa razón, que nuestros pueblos aborígenes aún están sometidos a las tiranías que no han respetado sus cosmovisiones; pero en esa contradicción discursiva de ansiedad defensora de un modelo de globalización que no respeta la identidad de los pueblos, llega a tildar de “democracias populistas y payasas” a Bolivia y Nicaragua, negando con ello el proceso boliviano que le ha demostrado al mundo que aún es posible reivindicar el derecho de autonomía de los pueblos. Igual olvida Vargas Llosa que si existe una democracia payasa en el mundo es la que lidera los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Cómo puede alguien con la sagacidad de pensamiento de Llosa encubrir esta realidad latente? ¿Por qué denunciar procesos como los de Venezuela y Cuba y guardar silencio ante la barbarie de Guantánamo, de Abu Grhai y Pakistán?
Si bien Llosa afirma descreer de las “ideologías totalitaristas”, su discurso avala la peor de todas, la ideología del libre mercado, del capitalismo de consumo y la democracia impuesta, incluso por medio de la barbarie. Es tan miope la mirada del Nobel que llega a firmar refiriéndose a Latinoamérica, que:
…en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.
Esta sentencia, más que mal intencionada es inocente, es la mirada inocua de un escritor que tal vez confunde sus ficciones con las realidades, porque desconoce las diferencias enormes entre procesos como los de Brasil y Colombia, y termina apoyando todos esos desmanes que en nombre de la democracia se han gestado en Colombia durante las últimas décadas, en donde por conservar un modelo se ha negado el mayor valor del ser humano, la vida misma. Decir que aquí “se respeta la legalidad, la libertad crítica, las elecciones y la renovación del poder”, sólo hace pensar que Vargas Llosa lleva años sin visitarnos, o que no lee los diarios, o que no escucha el llanto de un pueblo sumido en la pobreza, en la injusticia y en la violencia, mientras los defensores de la democracia venden sus recursos naturales y se enriquecen en sus recintos, alejados de la realidad de un pueblo que se ahoga entre el invierno y el olvido.
Amigo Vargas Llosa, seguí ficcionando, seguí en los territorios de la escritura, pero por favor no intente hacernos creer que la democracia globalizada es el remedio, que este es el tiempo de la justicia, porque nunca antes el dolor humano fue tan grande y el miedo al futuro tan arraigado. Amigo Llosa, un abrazo por ese merecido premio Nobel, pero no olvides que estas ciudades tienen sus propios perros.
Ibagué, Diciembre 8 de 2010.
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