febrero 11, 2010

MAESTRÌAS Y DOCTORADOS


Por: Mauricio García Villegas

DIEGO GAMBETTA, PROFESOR DE LA Universidad de Oxford y muy reconocido por sus estudios sobre mafia, cuenta que en una ocasión lo invitaron a dictar un seminario de 15 horas en una universidad de Milán, su ciudad natal.

Me ofrecieron una paga de 900 euros, dice Gambetta, pero yo sabía, por mi experiencia anterior en este tipo de seminarios en Italia, que no me iban a pagar los 900 euros prometidos, sino unos 600, y eso debido a deducciones y a otras razones que yo nunca iba a poder entender; pero también sabía que, en el terreno, los organizadores no me iban a exigir que dictara las 15 horas previstas, sino algo así como 13.

Con mucha frecuencia, explica Gambetta, los negocios académicos en Italia son de ese tipo: cada parte promete algo excelente (E) pero entrega algo mediocre (M). No es que los profesores y las universidades hagan trampa cuando prometen E y entregan M, sino que, en realidad, lo que quieren ambos es M, y eso porque allí, en M, encuentran un punto de equilibrio. Entre ellos hay, pues, un acuerdo no declarado que dice más o menos esto: “yo confío en que usted no cumplirá lo prometido porque yo quiero tener la libertad de no tener que cumplir con lo mío”. Más aún, el sistema funciona de tal manera que aquellos que prometen E y entregan E, o peor aún aquellos que prometen M y entregan E, son vistos —por sapos— como jugadores que quebrantan la confianza que los demás depositaron en ellos.

Este tipo de acuerdos académicos para garantizar la mediocridad sin abandonar la oratoria de la excelencia, son muy frecuentes en Colombia. Sobre todo ahora que se puso de moda estudiar maestrías y doctorados. Los programas de especialización, destinados al perfeccionamiento profesional, están siendo reemplazados por las maestrías y los doctorados, que son mucho más exigentes porque requieren investigación para producir conocimiento nuevo. Entre 2001 y 2008 el número de programas de maestrías creció en un 59,7% y el de doctorados en 137,5%.

Hay sin duda razones académicas que explican ese crecimiento, pero sobre todo hay razones económicas. En Colombia, a diferencia de lo que sucede en los países desarrollados, la gran mayoría de los estudiantes de maestría y de doctorado, sobre todo en derecho, ciencias sociales, administración y economía, son profesionales que pagan matrículas costosas con la esperanza de que el título les sirva para mejorar sus sueldos. Las universidades, a su turno, no sólo reciben recursos importantes, sino que obtienen prestigio y acreditación ante Colciencias.
El negocio funciona bien; la academia no tanto. Ni los programas cuentan con los profesores, laboratorios y recursos para hacer las investigaciones que se requieren en maestría y doctorado, ni los alumnos tienen tiempo para estudiar, menos aún para investigar. Resultado, a pesar de las buenas intenciones de todo el mundo, las maestrías y los doctorados se parecen a las especializaciones de siempre, sólo que prolongadas en el tiempo. Los títulos que allí se entregan son más galardones para el prestigio social y profesional —como los títulos de nobleza— que documentos que acrediten conocimiento.

Como el negocio funciona tan bien, todos los que participan en él, profesores, decanos, estudiantes, rectores, etc., se acomodan, es decir, juegan al juego de prometer E y entregar M. Hay excepciones, por supuesto, pero son eso, excepciones.

Alguien me dirá que es mejor tener M que no tener nada; es verdad, yo no me opongo a que tengamos M, a lo que me opongo es a decir que, al menos por ahora, tenemos E.

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