Por:
Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente
Universidad de Tolima - IDEAD
Vivíamos en
un mundo demasiado luminoso. Desmedidas verdades controlaban la existencia, el
trabajo, el comercio, las relaciones humanas, las formas de habitar el planeta…
De un momento
a otro “algo” (lo inesperado) alteró nuestro confort, modificó las
cotidianidades, fuimos conscientes de que los seres morían, de que también
nosotros podríamos morir.
Como no
estábamos conscientes de la finitud de la existencia, vivíamos, o creíamos
vivir, en una burbuja de inmortalidad, lo que equivale a decir que no vivíamos,
estábamos atrapados en un sistema absoluto. Dice Mèlich:
Los
humanos somos seres que conocemos nuestro propio fin pero también que
rechazamos la idea de la muerte. Vamos a morir pero no sabemos cómo ni cuándo
moriremos. Vivir consiste en enfrentarnos a lo que no somos capaces de
afrontar. Por ello no tenemos más remedio que construir «máscaras», espacios
para protegernos del tiempo. (Ética de la compasión)
Esa forma de
vida ha sido reproducida por “La Escuela”, en cuyo seno las certezas están a la
orden el día. “La Escuela” ama las respuestas, más si son las respuestas
adecuadas, y por lo tanto rehúye las preguntas. Los profesores vamos por ahí
sembrando verdades, abonando paradigmas, cosechando dogmas.
Me gusta
pensar en la profesión docente desde esa vieja parábola del sembrador. Él riega
semillas indiscriminadamente, algunas germinan otras no. Pero la culpa siempre
es del terreno, no del sembrador ni de la semilla. En esa lectura instituida
quedan por fuera preguntas como: ¿y si el sembrador escogió mal la semilla? ¿Y
si no era tiempo de la siembra? ¿Y si la semilla no estaba buena? Los
profesores, y las instituciones educativas, casi nunca formulan esas otras
preguntas, siguen instalados en un relato inmodificable. Hay una fe ciega en lo
que se sabe y por eso no se le hacen preguntas al oficio.
Occidente nos
heredó una mirada dual del mundo y los fenómenos, con ello quiso suprimir el
espacio para la incertidumbre, pero entre el bien y el mal, por ejemplo, concurren
muchos grises, la existencia es claro-oscura.
Hemos leído
el mundo y la existencia como se leen los textos sagrados, desde una visión
dogmática y quizás, en clave de los que nos propone Mèlich, debemos leer el
presente y atrever el futuro desde lo incierto, como se asume la lectura de un
texto venerable, perdiéndonos en él para asumir un lugar real que genere mutación.
De manera global
asistimos a un momento de transformación porque lo que estamos viviendo ocurrió
de manera “inesperada”, aunque continuamos usando toda nuestra fuerza colectiva
para volver a ese estado de total luminosidad, no queremos habitar la
incertidumbre, deseamos que nos devuelvan nuestras certezas, no importa que
sean falsedades.
¿Acaso sea
necesario volver a la caverna platónica y degustar las sombras, sentir el vacío
de no saberlo todo, ser conscientes de nuestra finitud y empezar a vivir
realmente? Las certezas están en crisis y por ende lo humano.