julio 19, 2012
julio 18, 2012
ACIN: CARTA A LAS FARC
Los medios de comunicación, al servicio de la guerra, no entienden (o se niegan a entender) la lógica de la resistencia civil de los pueblos indígenas. Aquí se difunde el mandato enviado a las Farc, para que no sigan divulgando que ellos, como pueblos autónomos son "guerrilleros", ellos son la dignidad de Latinoamérica. Ojalá un día los colombianos podamos engendrar igual dignidad y exijamos nuestra tierra, nuestra riqueza y nuestro derecho a vivir, que han sido arrebatados por una clase gobernante mafiosa, corrupta e inmoral. (Carlos Gamboa)
Los pueblos indígenas no le hemos declarado la guerra ni a la guerrilla ni al Estado. Por eso nuestra Minga se hace cuidando siempre a la comunidad, y cuidándonos siempre de no darle ventaja militar a ninguno de los actores armados como ordena el Derecho Internacional Humanitario. No vamos a agredir a nadie, pero utilizaremos la fuerza de nuestra comunidad reunida, de nuestra palabra y de nuestros derechos para recuperar nuestros territorios.
Miranda, julio 15 de 2012
Señor
Timoleón Jiménez
Comandante de las FARC
Reciba un saludo de la Asociación de Cabildos Indígenas de Cxhab Wala Kiwe (norte del Cauca) ACIN. Le escribimos desde nuestra resistencia a la guerra, y desde nuestra voluntad indeclinable por la paz.
La semana antepasada los indígenas del Cauca reanudamos las acciones de liberación y armonización de nuestros territorios, cumpliendo el mandato de la Junta Directiva del CRIC del 20 de julio de 2011, donde adoptamos la “Minga de resistencia por la autonomía y armonía territorial y por el cese de la guerra”. Las acciones de liberación y armonización iniciales consisten en el desmonte de las bases permanentes de todos los actores armados, el desmonte de las trincheras y cambuches de la fuerza pública y de la insurgencia, y la movilización masiva de comuneros y comuneras a los sitios de concentración de las guerrillas para impedir que hostiguen a la población de los municipios (sean ataques, retenes o actividades amenazantes).
Los pueblos indígenas no le hemos declarado la guerra ni a la guerrilla ni al Estado. Por eso nuestra Minga se hace cuidando siempre a la comunidad, y cuidándonos siempre de no darle ventaja militar a ninguno de los actores armados como ordena el Derecho Internacional Humanitario. No vamos a agredir a nadie, pero utilizaremos la fuerza de nuestra comunidad reunida, de nuestra palabra y de nuestros derechos para recuperar nuestros territorios.
Como hemos dicho siempre, y formalmente a ustedes desde la Declaración de Vitoncó, en 1985: No aceptamos sus fuerzas guerrilleras en nuestros territorios. No las queremos y no las necesitamos.
No queremos la presencia guerrillera -ni de ningún ejército-- porque estos territorios son nuestros desde tiempos inmemoriales. Si hoy están dentro de la República de Colombia es porque desde la conquista española nos las han venido robando.
No necesitamos su presencia porque la guerrilla no nos trae tranquilidad; ustedes atacan a la población civil; ustedes irrespetan nuestra autoridad y nuestra justicia. No ayudan a la autonomía: todo lo que tenemos en gobierno propio lo hemos hecho nosotros y nosotras. Los pueblos indigenas hemos dado pruebas de poder construir nuestros propios sistemas económico, educativo, judicial y de salud. La guerrilla no nos protegen de los atropellos de la fuerza pública; cuando llega el Ejército los guerrilleros se van y se cuidan entre ellos. Tampoco impiden que lleguen las transnacionales; para conseguir los recursos que sostengan su ejército, hacen acuerdos con ellas.
Salgan de los territorios indígenas del Cauca. Aléjense de los sitios poblados y de vivienda. No ataquen más a la población civil. No realicen más ataques que con toda seguridad van a afectar a la población civil aunque pretendan atacar solo a la fuerza pública. No usen armas de efecto indiscriminado, como los llamados tatucos o las minas antipersonales. No se atrincheren en las casas. Díganle a los milicianos que no guarden armas ni explosivos en las viviendas de las familias.
Esperamos que las FARC cumplan voluntariamente con estas exigencias de las comunidades. De cualquier modo las Autoridades, la Guardia Indígena y las comunidades vamos a seguir liberando nuestros territorios de los actores armados, que desarmonizan a la Madre Tierra y nuestra vida.
Hace 4 meses le escribimos para que nos hicieran claridad sobre la política militar de las FARC contra el CRIC, la ACIN y los Cabildos. Seguimos esperando su respuesta. También le propusimos en esa carta que avancemos en un diálogo humanitario sobre 4 puntos: No reclutar menores; no utilizar la violencia sexual contra las mujeres como arma política; no utilizar armas de efecto indiscriminado (tales como los tatucos y las minas antipersonales); y respetar la autonomía plena de los gobiernos y organizaciones indígenas. Estamos a la expectativa de que podamos dar ese debate que necesitamos los indígenas del Cauca y el país entero.
Comandante Jiménez:
Hay que terminar la guerra. Todos y todas la estamos perdiendo. Fue bueno que ustedes liberaran a los soldados y policías que tenían retenidos y que anunciaran el fin del secuestro económico, porque fueron hechos de paz. Pero hay que ser más audaces y más decididos. Cumplan las exigencias humanitarias que le estamos haciendo; es un camino básico hacia la paz. Decidan terminar la guerra y empezar ya una negociación política para terminar el conflicto; es imprescindible para construir la paz. Entiendan que Colombia es más, mucho más, que la guerrilla y el ejército, y que la paz debe ser una construcción de todos y todas las colombianas.
Cuenten con nosotros para la paz. Nunca para la guerra.
CXHAB WALA KIWE - TERRITOIRE DEU GRAND PEUPLE
ASOCIACION DE CABILDOS DEL NORTE DEL CAUCA, ACIN-CXHAB WALA KIWE.
julio 15, 2012
EN TIEMPOS DE PELIGRO

Por: William Ospina
Cierto poeta norteamericano dijo con sabia
ironía que él defendía los valores más altos de la especie: los valores del
Paleolítico superior.
Tendemos a pensar que los grandes inventos de la
humanidad son los de nuestra época; por eso está bien que alguien nos recuerde
que las edades de los grandes inventos fueron aquellas en que inventamos el
lenguaje, domesticamos el fuego y las semillas, convertimos en compañeros de
aventura al caballo y al perro, la vaca y la oveja, inventamos el amor y la
amistad, el hogar y la cocción de los alimentos, en que adivinamos o
presentimos a los dioses y alzamos nuestros primeros templos, cuando
descubrimos el consuelo y la felicidad del arte tallando gruesas venus de
piedra, pintando bisontes y toros y nuestras propias manos en las entrañas de
las grutas.
Los grandes inventos no son los artefactos, ni las cosas que nos hacen
más eficaces, más veloces, más capaces de destrucción y de intimidación, de
acumulación y de egoísmo. Los grandes inventos son los que nos hicieron humanos
en el sentido más silvestre del término: el que utilizamos para decir que
alguien es generoso, compasivo, cordial, capaz de inteligencia serena y de
solidaridad. Todos advertimos que hay en el proceso de humanización, no como
una conquista plena sino como una tendencia, la búsqueda de la lucidez, de la
cordialidad, de la responsabilidad, de la gratitud, de la generosidad, de la
celebración de los dones del mundo.
¿En qué consiste hoy la crisis histórica si no en el colapso al que
parece llevarnos nuestra propia soberbia? Una doctrina del crecimiento
económico que encumbra a unos países en el derroche, el saqueo de recursos y la
producción de basuras, y abisma a los otros en la precariedad, mientras
precipita crisis cada vez más absurdas sobre las propias naciones opulentas. Un
modelo de producción y comercio que convierte el planeta en una vulgar bodega
de recursos para la irracionalidad de la industria; cuyo frenesí de velocidad y
de consumo altera los ciclos del clima, transforma el planeta en un organismo
impredecible, crea un desequilibrio creciente del acceso a los recursos y al
conocimiento, y convierte la sociedad en escenario del terror y la
arbitrariedad, del tráfico de todo lo prohibido y de corrupción de todo lo
permitido. Asistimos al fracaso de los valores históricos que fundamentaron
toda moral y toda ética; y vemos desplomarse todo lo que fue respetable y
sagrado.
Es inquietante saber que no es tanto la ignorancia sino el conocimiento
lo que nos va volviendo tan peligrosos. Los arsenales que fabricó nuestra
ciencia pueden hacer saltar este sueño en minutos. Nunca hubo tanto miedo como
ahora, cuando estamos en manos de la razón. Y sin embargo no podemos intentar
volver a la irracionalidad: una vez que encontramos la razón, encontramos un
camino del que difícilmente podemos apartarnos.
Pero si hoy la cultura diseña el colapso, traza indolentemente bocetos
de la aniquilación, la cultura tiene el deber de responder, desconfiar de la
velocidad y de la opulencia como modelo de existencia, del desperdicio y el
envilecimiento del entorno como manera de habitar en el mundo. Se diría que
sólo podemos aprobar las innovaciones, las fuerzas transformadoras con la única
condición de que no alteren lo que es esencial. Es preciso mantener inalterados
los fundamentos de la vida y del mundo, y todos sabemos cuáles son, porque para
eso nos han servido veinticinco siglos de conocimiento. El agua, el oxígeno, el
equilibrio del clima, la salud de las selvas y de los mares: lo que nosotros no
hicimos ni podemos hacer.
Entre el agua y la extracción codiciosa del oro de la tierra, yo
prefiero el agua. Entre el aire puro y el arrasamiento de la selva por la economía
del lucro, yo prefiero el aire. Entre el equilibrio del clima y el crecimiento
industrial yo prefiero el clima. Entre la antigua virtud de las semillas y su
modificación impredecible para la fabricación de organismos estériles
favoreciendo la codicia de los que privatizan todo lo sagrado, yo no sólo
prefiero las semillas, la prodigalidad de la naturaleza, sino que considero un
crimen la apropiación privada de los más antiguos bienes colectivos.
Toda transformación tiene que ser justificada. El universo es a la vez
tan prodigioso y tan frágil, que no tenemos el derecho de modificarlo
abusivamente, de alterar, por intereses privados, los bienes de todos. En lo
fundamental ya no pertenecemos a una tribu, a una raza, a una nación, a un
credo, pertenecemos a un planeta.
Para eso sirvió la edad de las transformaciones, para conocer los
límites de la transformación. Para eso sirvió la globalización: para que se
encontraran los intereses del todo con los intereses de cada parte, el sentido
del globo con el sentido profundo de cada lugar. Ya cada individuo tiene el
deber de ser la conciencia del planeta.
La batalla definitiva será por los glaciares y por los pelícanos, por
los helechos y por las medusas, por selvas y océanos, por las artes y por los
muchos sentidos de la belleza, por la razón y por el mito. La supervivencia del
mundo exige una urgente redefinición de los límites del hombre y de su
industria.
“Allí donde crece el peligro crece también la salvación”, dijo
Hölderlin. Entonces estos tiempos son los mejores: porque llaman a la
renovación de la historia. Y si es en la cultura donde surge el peligro, es
allí donde tenemos que buscar la salvación.
*(Leído en el aula máxima de la Universidad de Antioquia). En la columna opinión de El Espectador.